"Renunciar a todo, menos a la victoria." Buenaventura Durruty
Sobreviví a la guerra, a los
sótanos húmedos de la persecución oficial, a las torpezas de nuestra propia
causa, a los falsos profetas que con la voz llena de promesas nos llevaban de
la mano hasta el abismo político después de jugarnos la vida por la paz.
Sobreviví, sin saber bien por qué, ni para qué.
Había noches en que el silencio
tenía el tamaño de una bala y las palabras olían a traición. Aprendí que los
calendarios revolucionarios no siempre tienen domingos y que a veces la
victoria es apenas sobrevivir al día siguiente. Pero esta noche, después de
tantas marchas, de tantas huidas, de tantos nombres prohibidos y tantas
banderas clandestinas, entendí por fin para qué había sobrevivido: para
escuchar al Compañero Presidente contar la historia de Colombia como nadie se
había atrevido a contarla.
No fue una alocución, fue un
conjuro. No habló desde un podio, habló desde el tiempo. Nos nombró a todos: a
Gaitán y a Gabriel Turbay, que soñaron una revolución de chaleco y corbata; al
M-19, con sus errores y sus gestas, con sus poetas y sus fusiles; a la Chiqui,
cuyo nombre pequeño cargó el peso de una patria imposible. Nos contó, como
quien recuerda un amor perdido, que en este país las ideas no mueren, sólo se
mudan de cuerpo.
Y ahora, cuando la patria se
dibuja entre panes compartidos y banderas limpias, entre la libertad que sabe a
café caliente y el desafío ineludible de elegir entre la vida y el odio, entre
la esperanza y la corrupción, entendí que sobrevivir era esto: llegar hasta
aquí, escuchar esa voz, y saber que el boleto de mi vida estaba pagado.
Porque a veces el precio de
seguir respirando no es la cobardía ni el olvido: es la terquedad de seguir
creyendo.
Así de sencillo. Así de complejo.
Además, les cuento que también
soy libertario de los de Durruty…
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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