Por los caminos de abajo
Enrique Dussel no escribió desde
la comodidad de los vencedores. No habitó los mármoles de las academias que
clausuran la vida entre citas ilustres y conceptos asépticos. Pensó, más bien,
desde el lodo, desde las plazas, desde el barro donde los pies descalzos
caminan, caen y se levantan. Lo suyo no fue un filosofar para entender el mundo
como es, sino un filosofar para liberarlo, para romper los barrotes de las
verdades oficiales y para escuchar, con oído atento, a los que nunca tuvieron altoparlantes.
Dussel no nos entrega conceptos
muertos ni palabras decorativas. Nos ofrece un horizonte. Un horizonte abierto,
donde la filosofía no es un lujo ni una costumbre académica, sino un acto
urgente de amor y rebeldía. Desde este horizonte, tres claves nos iluminan el
camino.
I. Pensar no basta: El compromiso
social como ética viva
Dussel lo dijo sin adornos:
pensar no basta. El pensamiento que no nace del dolor del otro es apenas un
ejercicio estéril. Para Dussel, la filosofía no puede permanecer indiferente,
ni vestirse con ropas de neutralidad. Pensar es amar, y amar es comprometerse.
La ética que nos propone no es la
de los manuales ni la de los discursos huecos. Es la ética de la alteridad, la
ética que nos obliga a mirar al otro como un rostro vivo que interpela, que
reclama, que exige ser visto, escuchado y abrazado. No se trata de la caridad
que acaricia desde arriba ni de la piedad que observa desde lejos. Amar al
pobre, dice Dussel, no es un acto de generosidad: es un acto de justicia.
El compromiso social, entonces,
no es opcional. No basta con indignarse desde la pantalla ni pronunciar
palabras inflamadas desde la comodidad. Es necesario bajar al barro, tocar la
herida, llorar con el pueblo y caminar, no delante ni detrás, sino al lado de
los oprimidos. Allí, en la proximidad de la llaga, comienza la verdadera
filosofía.
II. Descolonizar la mirada:
Romper las cadenas del eurocentrismo
Durante siglos nos enseñaron que
el pensamiento universal hablaba con acento europeo. Nos dijeron que la verdad
tenía la piel blanca, que el conocimiento nacía en Grecia y maduraba en París o
Berlín. Nos convencieron de que pensar desde América Latina era apenas una nota
al pie, una curiosidad exótica, un eco menor.
Dussel nos invita a romper esa
cárcel invisible. Descolonizar la mirada es desatar las cadenas que atan
nuestras mentes al patrón de poder que Europa impuso. No se trata de odiar al
otro, sino de reconocernos como sujetos plenos de palabra, de razón, de
historia.
Pensar desde América Latina no es
encerrarse en un localismo, es abrir ventanas hacia una universalidad otra, una
universalidad nacida desde los márgenes. La epistemología del sur, que Dussel
reivindica, es el arte de escuchar a los que fueron silenciados y de recuperar
las voces sepultadas por la historia oficial.
El eurocentrismo no solo nos
enseñó a pensar con cabeza ajena, también nos robó la confianza en nuestras
propias palabras. Por eso, descolonizar la mirada es, ante todo, un acto de
dignidad.
III. La filosofía de la
liberación: Pensar desde el oprimido
Enrique Dussel no quiere
filosofías que se limitan a describir la miseria del mundo. Él nos llama a una
filosofía de la liberación, que no observa al oprimido como objeto de estudio,
sino que piensa desde él, desde su dolor, desde su grito.
No es una filosofía para decorar
congresos ni para sumar títulos. Es una filosofía para transformar la realidad,
para acompañar las luchas concretas de los indígenas, las mujeres, los
migrantes, los campesinos, los condenados de la tierra. Es una filosofía que
brota desde lo que el sistema llama desecho, pero que es, en verdad, semilla de
humanidad nueva.
En la filosofía de la liberación,
pensar y actuar son inseparables. No se puede amar sin comprometerse políticamente.
No se puede hablar de justicia desde la indiferencia. No se puede filosofar
desde el silencio ante la opresión.
La filosofía de la liberación es
un puente: une la razón con el corazón, la teoría con la calle, la palabra con
la acción. Es una voz que resuena en los márgenes, que desobedece los mapas
heredados y que construye caminos propios, abiertos, inacabados, vivos.
Epílogo: Caminar descalzos, amar
sin fronteras
Dussel nos deja una tarea
incómoda y luminosa: pensar con los pies descalzos, amar con las manos abiertas
y caminar con los ojos puestos en los últimos.
No se trata de repetir lo
aprendido, ni de aceptar el mundo tal como está. Se trata de desobedecer, de
crear, de construir un pensamiento que no sirva para perpetuar las cadenas,
sino para romperlas.
Como diría Galeano: "Mucha
gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el
mundo."
Y como diría Dussel: "no hay liberación sin amor, ni amor sin compromiso político."
El camino es difícil, pero en ese
camino difícil habita la alegría verdadera: la alegría de sabernos parte de los
que luchan, sueñan y construyen un mundo nuevo.
Esa es la Tarea…
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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