lunes, 28 de abril de 2025

TERRITORIO


 

Te amo por claridad, por sombra, por el destello cierto entre las nubes o por la lánguida luz de la noche sin estrellas. Te toco en corredores de ventanas pequeñas, donde la luz cae a trozos, como lluvia o como pedazos de granizo que nadie osa tocar.

 

Te discuto con el olvido en cada grieta del día; te arrastro en el vaho que empaña la boca del río. Te salvo del abismo, de la noche sin luna, de la tarde sin canciones de pájaros o de la lluvia sin nostalgias.  

Te desarmo con dedos que no rozan, te dibujo con polvo de ramas quebradas, te nombro con palabras hechas de menta y sed.

 

No quiero atraparte, tampoco dejar que te vayas sin pena ni gloria. Quiero ser la grieta por donde entras, la hendija de tiempo sin vernos, de pasiones inventadas, de abrazos apagados cuando nos llega el sueño.

 

Mira la niebla: cómo aprende a desnudar los montes sin hacer preguntas. 

Mira el musgo: cómo crece donde nadie mira, suave y temblando. 

Así te deseo: como se desea el agua antes de la sed, como se buscan las constelaciones debajo de los párpados, pensándote cerca, así estés lejos.

 

Toda esta mañana te he inventado sobre la piel del mundo. Te borro para volverte a crear, te rehago y te dibujo en mi mente, te pierdo y te vuelvo a encontrar en una esquina de algún lugar donde comíamos un chocolate y nos contábamos historias sin que importara el tiempo. 

Eres el pretexto perfecto entre la lumbre y la ceniza, entre la historia y el cuento. Y entonces te sigo buscando, en la curva del viento, en la gota que cae y no se rompe, en el destello donde el relámpago olvidó su raíz.

 

Te amo. Te amé antes de saber tu nombre. Te amaré cuando ya no queden nombres, sólo rumor, sólo preguntas, sólo esta fiebre callada que, aun en la muerte, me incendiará los huesos.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



 

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