No fue de golpe.
El aire apenas trajo
un murmullo leve,
un roce de hojas nuevas
en la lengua dormida de los árboles.
Las raíces no pidieron permiso,
solo empujaron la tierra,
húmedas, tercas,
como palabras creadoras
resurgiendo en bocas jóvenes.
La lluvia vino sin prisa,
mojando los nombres olvidados,
lavando el polvo
de un tiempo que se creía inmóvil.
Abril abrió los ojos
y nadie lo notó al principio.
Solo un puñado de pájaros
cambiaron su ruta,
como si supieran
que algo, en algún sitio,
se estaba despertando.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
Quinde
Fotografía Fabio Martínez
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