Que la tierra no se cierre,
que el aire no nos niegue su respiro,
que las piedras del camino
sean más amables que los hombres.
Señor,
haz que esta orilla no se lleve
más nombres sin regreso,
que la espuma no grabe epitafios
en los labios de los niños.
Que la casa que dejamos
no se haga ruina en nuestra espalda,
ni la que buscamos
nos cierre su ventana.
Que la guerra no nos siga,
que el hambre no nos nombre,
que el miedo no nos haga
del tamaño de la sombra.
Y si hemos de llegar
que sea a un suelo menos duro,
a una mesa que no pese,
a un pan que no duela
en la boca.
Y si hemos de partir,
hacia lo eterno
que el cielo nos reconozca
como suyos.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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