miércoles, 5 de febrero de 2025

CADA SEGUNDO

 

La memoria es un colador. Uno quiere atraparlo todo, pero siempre algo se escurre. Intento recordar cada segundo, pero el tiempo es un ladrón silencioso. Sé cuántos suspiros murieron antes de tus besos, pero no puedo retener el olor de tu piel cuando la rocé con mis dedos. Podría contarte los escalones que subimos hasta tu cuarto, pero el color de las cortinas es un fantasma que se me escapa. Sin embargo, la luna -esa sí- sigue brillando en tu ventana. 

 

No sé el largo de tu bata de baño, pero el perfume de tu piel mojada todavía me habita. Puedo tararear la canción que sonaba en la calle mientras nos amábamos, pero no hay manera de repetir la melodía de tu cuerpo en el mío. La música de la carne no admite partituras. 

 

Recuerdo al gato, su paseo majestuoso en tu cuarto, y tus ojos, ardiendo con las primeras luces del sol. Pero ese silencio - ese silencio que nos abrazó mientras nos mirábamos sin decir nada - es un abismo imposible de nombrar. 

 

Lo que sí sé, sin dudas ni titubeos, es que estos recuerdos no me sueltan. Se quedan conmigo cuando cierro los ojos. Me acechan en los lugares donde no deberías estar, en los rincones donde ni siquiera alcanzo a recordar el roce de tus dedos. Son sombra y risa, tatuadas en mí como las líneas de mi mano. 

 

Y ahí están, como esas cinco líneas en el techo de tu cuarto. Que siempre estuvieron ahí, invisibles hasta aquella mañana en que, sin querer, las descubrimos después de amarnos otra vez, cada segundo.  

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



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