He visto la tarde irse despacio,
con los pies de brisa sobre la hierba,
y el cielo inclinarse, hondamente azul,
para abrazar los montes de niebla.
Las hojas dormitan sobre la tierra,
en su callado murmullo de sombras,
y el río, al cantar entre piedras y espuma,
trae voces antiguas, lejanas memorias.
Mi alma es un árbol que sueña en el viento,
sus ramas respiran la luz y la ausencia,
y un pájaro errante, de alas morenas,
deja en mi pecho su pena secreta.
Soy la estela de un sol que declina,
la savia profunda de un sueño dorado,
y en medio del aire que aroma la vida,
se funden mi canto, la tierra y el alba.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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