Yo he sentado a mis hijos a la mesa del sancocho,
a que escuchen el hervor lento de la olla,
a que el humo les cuente historias de leña vieja
y de manos que saben medir la sal sin balanza.
Les he servido caldo espeso en platos de peltre
esmaltado,
con trozos de yuca que se deshacen en la boca,
con plátano verde que atrapa el aroma del cilantro,
con papa amarilla y maíz tierno que espesan el caldo,
con el pollo que se cuece hasta olvidarse del tiempo.
Los he visto mojar el pan en la sopa,
soplar la cucharada con la paciencia del hambre,
cerrar los ojos cuando el ají les quema la lengua,
y volver por más, porque el hogar también se bebe.
Yo he sentado a mis hijos a la mesa del sancocho,
para que nunca olviden,
que el amor es un plato caliente,
que el fuego une tanto como la sangre,
y que la infancia también tiene el sabor
del primer sorbo de caldo en la memoria.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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