Tu sombra en mi cuarto, un espejismo tibio que late entre
las paredes, entre los rincones vacíos que resguardan el eco de tu risa. Tu
mirada fija atraviesa el aire, suspendida como el polvo dorado que flota en la
luz de la tarde. Y esas manos tuyas, que son alas, revolotean en mi piel,
suaves como el murmullo de un río secreto que nunca se cansa.
Mis ojos en los tuyos, como si el mundo entero pudiera
desaparecer en ese abismo compartido, en esa danza silenciosa donde nada sobra,
donde no existe otra verdad. Tu olor, íntimo y vital, se cuela entre las fibras
de mi cuerpo, quedándose, transformando el aire, llenando mis sentidos de un
hechizo suave, insalvable.
Eres tibieza en mi alma, en cada rincón de este instante que
es sólo nuestro, y aunque la noche venga y el mundo se vuelva frío, nada, nada
puede romper la magia de tu olor y tu calor en mí.
Si mi vida tenía una razón de ser, es este momento.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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