El viento no sopla en vano.
En su andar errante recoge
las voces de los que fueron,
los que aún son,
los que nunca dejaron de ser.
Se aferran a los árboles,
se enredan en las ramas
como si la despedida
fuera un juego interminable.
La tierra, sabia y callada,
se guarda los secretos en sus grietas,
en cada semilla que despierta
y en el aliento de los montes.
No olvida,
porque el olvido no existe;
es apenas un silencio
que se prepara para hablar.
El agua no corre,
ella danza.
Flotan en sus curvas las historias,
se retuercen los cantos de antaño,
y en sus cauces serpentean
las pasiones
que un día incendiaron la vida.
El fuego las reclama,
las enciende,
y en sus lenguas indomables
revive las palabras
que jamás se apagaron.
Labran, en su resplandor,
el grito de los sueños
que aún no han nacido.
Es allí,
en la tregua del tiempo,
donde sus nombres se susurran
en el idioma de las hojas
y los días se confunden con la eternidad.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
¡Preciso y precioso!
ResponderBorrarGracias
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