Mujer cedro, mujer angustia,
raíz que exhala sombra de vértigo,
en ti gravita la danza del trigal,
el furor violeta que incendia los espejos.
Mujer sandía, dulce estallido,
en la tormenta de tus labios
giran astros de pulpa y agua,
y el mundo es un himno de sal y fuego.
Busco una isla para sembrarte,
en la espesura de su aliento inventaré mi libertad,
mi cuerpo, mis movimientos;
todo será nube y oleaje,
todo será el ritual de la marea
que tus manos conducen al infinito.
Eres la matriz donde el tiempo se envuelve,
la isla donde mi piel aprende
que el abismo puede ser cuna de sueños
y que el deseo es una lámpara perpetua
que enciende al universo.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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