Esa mujer,
con sus ojitos pícaros
como dos luciérnagas que huyen del frío,
me mira
y de pronto el mundo se despeina,
como un niño que corre en la lluvia.
Su risa,
esa risa suya,
es un reto que me invita a volar,
un barquito de papel en el río,
una cometa que acaricia el cielo.
Cuando pasa,
hasta los árboles se inclinan,
y yo,
yo no sé si soy un valiente,
o un tonto enamorado
que dibuja corazones
en la arena de su mirada.
Y mientras ella me mira,
con sus ojitos traviesos,
yo sueño con detener el tiempo,
para quedarme a vivir
en la ternura infinita
de su sonrisa de luna traviesa.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
Óleo sobre lienzo
Darwin Córdoba
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