Manos,
sí, las suyas,
calladas y curtidas por el sol y por los días,
que escarban la tierra como si todavía creyeran
que ahí, en lo profundo,
puede brotar una justicia nueva.
Manos morenas,
nobles y fuertes,
raíces vivas del pueblo.
Manos que levantan al caído,
que curan sin pastillas,
que amasan el pan del hambre
con la levadura amarga del silencio.
Yo las he visto,
tejiendo el luto en la penumbra,
cargando en sus huellas
los nombres que nunca se dijeron,
los hijos sin cuadernos,
los esposos sin tumba.
Manos queridas
que no empuñan fusiles,
pero tiemblan de coraje.
Que no rezan al dios del dinero,
pero sostienen el cielo
con la fe sencilla de quien no se rinde.
Y yo lo sé,
lo juro que lo sé:
un día,
esas manos hechas de barro, dolor y esperanza,
van a escribir en los muros derrumbados
la palabra más limpia de todas:
Libertad.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
Fue suficiente leer un poema suyo y aquí estoy: prendido a sus palabras. Gracias por compartir.
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