TAITA URCUNINA Y MAMA COCHA
En los pliegues del tiempo y la
memoria, donde la realidad y la leyenda se entrelazan en un abrazo cósmico,
existe una historia de amor que trasciende los tiempos, una historia tallada en
piedra y agua, en fuego y viento. Es la historia de Urcunina, el volcán eterno,
y la laguna de La Cocha, un amor ancestral que ha perdurado desde el nacimiento
del mundo.
Urcunina, el gigante de piedra y
lava, se alza majestuoso sobre la tierra, su corazón ardiendo con la pasión de
mil soles. Desde su cima, contempla el vasto paisaje que se extiende ante él,
un reino de verdes eternos y cielos infinitos. Pero su mirada siempre se
detiene en el espejo sereno de la laguna de La Cocha, cuyas aguas reflejan el
cielo y los sueños del mundo. En la calma de sus profundidades, La Cocha guarda
secretos antiguos y susurra historias al viento.
La Cocha y Urcunina comparten una
relación que es tanto cómica como mítica. Se dice que, en los albores del
tiempo, Urcunina, con su voz de trueno, cortejaba a la laguna con poemas de
lava y ceniza, mientras ella respondía con risas de agua y reflejos dorados.
Sus diálogos eran una danza de elementos, un juego eterno donde el fuego y el
agua se buscaban y se esquivaban, creando un balance perfecto entre lo ardiente
y lo sereno.
Cuenta la leyenda que, en las
noches de luna llena, Urcunina envía ríos de lava que descienden lentamente por
sus entrañas, como ofrendas ardientes que llegan a las orillas de La Cocha. La
laguna, en respuesta, eleva suaves vapores que ascienden hasta besar las faldas
del volcán eterno, creando nubes de misterio y magia. Este intercambio es un
ritual sagrado, un recordatorio de que su amor es eterno, aunque sus
naturalezas sean opuestas.
En este amor mítico, hay también
un toque de comedia divina. Los espíritus de la tierra cuentan historias de
cómo el impetuoso Urcunina, en un arrebato de pasión, una vez intentó
sumergirse en la laguna, solo para encontrar que su fuego se transformaba en
vapor, llenando el cielo de nubes. La laguna, con su calma infinita,
simplemente sonrió, entendiendo que su amor debía vivirse a distancia, en una
danza eterna de miradas y susurros.
Así, la Montaña de Fuego y la
laguna sagrada viven su amor en una sinfonía de elementos y tiempos, un amor
que es a la vez grandioso y humilde, cómico y trágico, pero siempre eterno. En
el corazón de esta tierra sagrada, su historia es un testimonio de que el amor
verdadero puede florecer incluso en las circunstancias más improbables, creando
belleza y armonía en el caos del universo.
Jorge Alberto Narváez Ceballos.
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