CARTA DE AMOR 10
Señora Bonita.
Desde muy temprano está
lloviendo. Por un rato en la mañana hizo sol, pero luego la llovizna se hizo
persistente. Tanto así que el balcón se llenó de agua y tuve que levantarme
para secarlo, ya que los gatos deben caminar hasta el arenero y prefieren no
mojarse las patas.
La lluvia cae tenaz, golpeando
las ventanas, mientras el rumor del viento invita a arroparse en la cama para
ver la televisión. Cómo me gustaría una tarde en su ciudad, con sol, un buen
café y usted. Puedo imaginar la luz quieta, el viento fresco y ese calor que me
abriga el alma.
Ahora escribo cartas sin la
intención de enviarlas. Las escribo, las cartas (sus cartas), porque las
palabras tienen vida para mí.
¿Existen momentos oportunos para
escribir? Hay momentos ideales para una taza de café recién colado, momentos
oportunos para un abrazo cálido; incluso hay momentos perfectos para un beso...
Pero quién sabe, ya no se escriben cartas para enviarlas, para ponerlas en un
sobre, llevarlas al correo y esperar ansiosamente el momento en que son leídas.
Por lo tanto, el acto de escribir
se ha ido desvaneciendo. Sin embargo, quién sabe hasta dónde se puede evitar
escribir cartas, cartas que no lleguen a abrir puertas ni cerraduras, o al
menos intuyan sentimientos.
Sentarme a escribir (a
escribirle), es en cierto modo caminar hasta la ya extinta oficina de correos.
Abrir el computador es como comprar el papel y teclear es llenar las páginas
con esto que siento y que fluye como el agua.
Siento que escribirle es entrar
en otro mundo, o al menos en otra manera de mirar la realidad. Es entrar en una
dimensión en la que puedo verla, en la que puedo sentir de cerca su alegría e
impregnarme de esa dulzura que me lleva hasta el letargo.
Aunque parezca mentira, escribir
(escribirle) me llena de alegría. No puedo evitar preguntarme si le gusta
recibir mis cartas, si de vez en cuando pierde tiempo leyendo mis palabras.
¿Sabe? Escribirle es como ver su cabello casi suelto rozándole la espalda, como
tomarla de la mano en un saludo formal o percibir el perfume de su piel en un
abrazo de despedida. Y hacer de cada una de esas cosas, cada vez que mis
palabras llenan el vacío, una razón para seguir escribiendo (escribiéndole).
En fin, me encanta escribir
(escribirle), defender la alegría sin dejarme vencer por la tristeza de no
verla, comprendiendo que, aunque esté distante, esta es una forma de preservar
su imagen del olvido.
Señora bonita, señora mía, amiga
de mi alma, cuánto disfruto al llenar estas páginas de letras que me permiten
decirle que la amo.
Suyo siempre y por siempre.
Jorge Narváez C.
Ufff parecen co o si las hubiera escrito yo para " mi diosa coronada"
ResponderBorrarGracias poeta