El Deseo y la Esperanza
En los primeros tiempos, cuando las
estrellas eran un susurro de luz en el cielo, los dioses caminaban entre las
sombras. Las montañas hablaban y los ríos cantaban canciones de viejos
secretos. En ese entonces, la humanidad, apenas creada, aún no conocía el deseo
ni la esperanza. Vivían en un estado de serena ignorancia, satisfechos con lo
que el día les traía, pero sin soñar con mañanas diferentes.
Una noche en la que la luna
parecía más brillante y cercana, el dios sol, decidió que el mundo necesitaba
algo más. Cansado de ver a los hombres vagar sin rumbo ni sueños, se reunió con
la diosa luna. Juntos, conspiraron para dar a la humanidad los dones del deseo
y la esperanza. Bajo el manto de estrellas dormidas, el silencio hablaba en
voces suaves, y entre sombras y luz fundidas, nacieron el deseo y la esperanza.
El dios sol, con su luz
brillante, infundió en los corazones humanos el deseo. Este deseo no era un
simple anhelo; era un fuego interno que los empujaba a buscar más allá de lo
que conocían, a querer más, a soñar con lo imposible. El deseo nació como una
chispa en la oscuridad, una promesa de algo más grande y mejor.
La diosa luna, con su suave
resplandor plateado, sembró en los espíritus de los hombres la esperanza. Esta
esperanza era un faro en la noche, una luz tenue pero constante que les
prometía que, sin importar cuán oscura fuese la noche, siempre habría un
amanecer. La esperanza les dio la fuerza para seguir adelante, para creer en un
futuro mejor.
Entonces les hablaron en susurros
de viento, y hombres y mujeres sintieron por primera vez el deseo de algo más
allá de su vida cotidiana. Sintieron la esperanza de un mundo lleno de
posibilidades.
Y aparecieron los primeros
soñadores, con su deseo ardiente: primero los inventores, después los
constructores, exploradores y, en la cúspide, los enamorados. Con esa
intensidad, nacieron los poetas, los músicos, los pintores y los creadores de
sueños. Con la esperanza, aprendieron a no rendirse, a seguir adelante a pesar
de las dificultades. Con el deseo, sus historias y sus sueños se propagaron
como el fuego, encendiendo corazones y mentes.
El dios y la diosa observaron
desde el cielo, satisfechos con su creación. La humanidad ya no sería la misma.
Habían sido bendecidos con los dones que les permitirían no solo sobrevivir,
sino también prosperar y soñar.
Desde entonces, cada vez que una
estrella fugaz cae del cielo, se dice que es un recordatorio, una chispa de
deseo y esperanza que se renueva en el corazón de cada ser humano. Y en cada
noche estrellada, la humanidad sigue soñando, deseando y esperando, manteniendo
vivo el legado divino.
Jorge Narvaez C.
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