CALI PACHANGUERO
No era un bailarín experto, pero
su corazón latía al compás de la salsa, y eso era suficiente. La joven le
sonrió, y juntos se dejaron llevar por la música. En esos momentos, los
problemas y las luchas parecían desvanecerse, reemplazados por la simple alegría
de bailar y dejar que la música hiciera lo suyo. Al final de la canción, Carlos
estaba sin aliento, pero su sonrisa era más amplia que nunca. La joven lo
abrazó brevemente y luego volvió con sus amigos, dejándolo nuevamente solo,
pero esta vez con el corazón lleno de una renovada esperanza.
Mientras terminaba su cerveza,
Carlos Pizarro se sentó con el grupo y les explicó que la lucha por la justicia
y la paz no sólo se libraba en las selvas y las ciudades, sino principalmente
en los corazones de la gente, en esos pequeños momentos de felicidad
compartida. “Así, como el sabor dulce de un cholado”, les dijo.
Con el Cali pachanguero en sus
labios, la música de Cali en su alma, volvió a sus pensamientos, más decidido
que nunca a construir un futuro mejor para todos. Salieron a la calle y Cali se
movía sola, como una tromba. La brisa cálida acariciaba suavemente su rostro.
Había decidido tomarse un respiro de las arduas jornadas de lucha y reuniones
interminables, y se dirigió a una esquina bulliciosa donde se reunían los
caleños a disfrutar de sus delicias favoritas. Allí, bajo la sombra de un viejo
almendro, encontró un pequeño puesto de cholado, ese dulce manjar que combina
frutas frescas, leche condensada y una pizca de magia tropical. Carlos, con una
sonrisa traviesa en los labios, se acercó al puesto y pidió uno grande, bien
cargado de sabor y colores.
Mientras el vendedor preparaba su
postre, Carlos observaba a su alrededor. Tomó su vaso y se sentó en un banco
cercano, dejándose llevar por el espectáculo. El sabor era una explosión de
frescura y dulzura en su boca, y cada bocado lo transportaba a su niñez, a
tiempos más sencillos y despreocupados. Cerró los ojos por un momento,
permitiendo que los sonidos y los sabores se entrelazaran en una sinfonía de
alegría.
Cuando abrió los ojos nuevamente,
la joven lo miraba fijamente. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y
desafío. Ella se acercó, tomó su mano y solo atinó a decir: “Que sea lo que
Dios quiera, lo que el pueblo mande y lo que definas hacer, que a vos te
seguimos pa’onde sea”.
Jorge Narváez C.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario