Réquiem a las armas
Aquí yace la furia de la pólvora,
el metal frío que conoció la sangre,
las balas que silenciaron los sueños
y quebraron las promesas en mil pedazos.
Las armas, esas lenguas de fuego,
hablaron por nosotros cuando el silencio
fue el único refugio de nuestro miedo.
Las empuñamos con manos temblorosas,
creyendo en la mentira
de que la guerra era el camino
hacia la paz que nunca llegó.
Ahora, en la quietud de este cementerio,
descansan las armas,
como huesos de un pasado
que aún nos atormenta.
Ya no disparan, ya no matan,
pero sus ecos resuenan en nuestras almas,
como un réquiem eterno
para la inocencia perdida.
¿Qué queda de la lucha,
de las banderas manchadas,
de los gritos que nunca fueron escuchados?
Sólo ruinas, cenizas,
y un mar de lágrimas
que no encuentra consuelo.
Bajo la tierra,
las armas duermen su sueño sin gloria,
sin medallas ni honores,
en la oscuridad que ellas mismas crearon.
Y nosotros, sobrevivientes de la tempestad,
caminamos entre sus tumbas,
buscando la redención
en un mundo que ya no reconoce
nuestros rostros heridos.
Réquiem a las armas,
que el olvido sea su lápida,
y la memoria, el único fusil
que dispare contra la injusticia,
para que nunca más el hombre
se esclavice al sonido
de un disparo en la noche.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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