En el silencio roto de esta casa,
el tiempo se amontona en las paredes
y cada gesto se vuelve un murmullo,
cada risa, una tregua.
Aquí, bajo el manto de las sombras,
se reúnen los rostros de amigos sin nombres,
con sus manos marcadas de noches en vela,
con la voz aprendida de callar.
Nos reconocemos en la penumbra,
en la espera del amanecer imposible,
y cada encuentro es un pacto secreto,
un acto de fe entre paredes que escuchan.
El amor que se aguarda,
que se promete en cartas escondidas,
en besos fugaces,
es un lenguaje trenzado de huidas y regresos.
Quizás mañana no volvamos,
quizás ya no haya retornos,
pero en este instante,
que resiste al borde del miedo;
creemos que somos eternos.
Pensar que cuando niños
jugar al gato y al ratón, a las escondidas,
a la gallinita ciega,
eran un preludio
para jugarse la vida.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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