Era diciembre en Pueblo Nuevo, entre
Caldono y Silvia Cauca, y el aire se sentía como pólvora a punto de estallar.
Allí estábamos, el batallón América del M-19, preparándonos para una navidad
que sabíamos, quién sabe por qué, sería distinta. Raulito había mandado a
conseguir una lechona, y los compas de la urbana nos cayeron con unos radios
Sony, esos pequeñitos con pila de reloj, como si fueran juguetes del Papá Noel
del EME. Todos sonreían. Algunos hacían bromas sobre las pasitas en la natilla,
otros afinaban la señal en esos aparatejos; en fin, estábamos listos para
nuestra propia navidad subversiva.
Pero, ya sabes, la guerra siempre
tiene otros planes. Era media mañana, y el primer aviso llegó: el ejército se
acercaba, rodeándonos. No dio tiempo de rezar la novena ni de aflojar la
ansiedad. Ellos venían desde detrás de la escuela y nosotros, como sombras,
empezamos a trepar la montaña. A las once en punto se armó la fiesta de balas,
una navidad a plomo y gritos. Se oían los disparos atravesando el silencio y el
monte, y nuestras botas chapoteando en el barro, como si el suelo fuera parte de
la fiesta. Y allí estábamos, entre el sonido del páramo y el ruido metálico de
las balas.
Para la tarde, la neblina fue
nuestra aliada. Apareció, espesa y gris, cubriendo el cerro como una manta, y
así nos libró de los helicópteros. A las cinco y media, el día ya caía. Los
soldados apenas si se divisaban a lo lejos, figuras difusas en el horizonte.
Pueblo Nuevo se quedó en silencio, con nuestra lechona y una cartulina que
logramos dejar, un mensaje improvisado: “Feliz Navidad a los soldados de
Colombia, hijos del pueblo, de parte del M-19.” Para entonces, no había quien
pensara en volver, solo en seguir.
A las siete de la noche, en una casa
en la montaña, encendimos los radios, uno por uno, hasta que más de cien Sonys
empezaron a sintonizar la misma emisora. Salsa, de la buena, esa que hace que
uno se olvide por un rato de las heridas y la guerra. Y allí, en medio de la
oscuridad, la montaña se llenó de música y de una alegría muy nuestra. Nos
quedamos oyendo la música, bailando apenas sonaba el sabor caribe en nuestros
transmisores, apenas lo suficiente para recordar que en medio de la guerra
también se puede celebrar. Era nuestra navidad, la última en guerra, la única,
la que nadie nos quitaría nunca.
En el eco del recuerdo aún
resuena Richie Ray & Bobby Cruz en el coro del seis chorreao:
“Y en la Nochebuena me voy a
emborracha'
Con el compadre Tomás
Yo me llevo a Fonseca, a Fonseca
na' má'
Con el compadre Tomás”
Jorge Alberto Narváez Ceballos
Fe de erratas: Me escribe Fabio Mariño esta nota: "Gracias viejito, te comparto, el sitio donde íbamos a celebrar es Jamabaló y estábamos en la escuela de Zumbico, donde en efecto sucedió el "último combate del M-19 en su corta y rica historia".
ResponderBorrarEn efecto "Pueblo Nuevo" existe en este relato, por cuanto a esa población Nasa se dirigió la fuerza del Batallón América y allí fue la mayor rumba: la de año nuevo