lunes, 24 de marzo de 2025

LA MADERA Y EL VIENTO

 



Se reconocieron desde lejos.



Él lijaba un pedazo de cedro, enseñándole a un niño cómo seguir la veta sin desgarrar la madera. Ella cruzaba la calle, su silueta recortada contra el sol que moría en los tejados. Guardaban silencio, a la manera de quienes han compartido secretos en la selva, de quienes han confiado la vida al otro en las noches sin luna.



La última vez que se vieron, llevaban los fusiles cruzados en la espalda y el miedo oculto en las mochilas, ambos escuchaban con atención a Pizarro, el comandante “Carro loco”. Ahora, ella vestía de negro elegante, el maletín de abogada colgando como un estandarte de nuevas batallas. Él tenía las manos callosas, el delantal manchado de aserrín y la mirada serena de quien ha aprendido a domar el tiempo.



En el cielo asomaba la chacana, la cruz inca, guiñando desde la altura como un recordatorio. En la montaña, hace tanto, ella le decía que las estrellas eran mapas, y él le creía, porque en esos días solo había dos certezas: la lucha y el amor.



Se acercaron sin prisa. No había reclamos ni preguntas, solo la alegría que saltaba en el corazón, la certeza de que, pese a todo, la vida los traía de vuelta.



—Aquí estamos, juntos como antes —dijo él, con una sonrisa tímida.



Ella extendió la mano y recorrió con la yema de los dedos la cicatriz en su frente, la misma que tocaba en las noches de vigilia, cuando la guerra era el único futuro imaginable.



—Ahora sé que en verdad nunca nos fuimos del todo —susurró ella.



Se sentaron bajo la sombra de un nogal, mirando a los niños que tallaban figuras de madera. Él tomó un trozo y comenzó a darle forma con la navaja.



—¿Qué haces? —preguntó ella.



—Un colibrí. Dicen que es el espíritu de los que nunca se van.



Ella lo miró largo rato y sonrió. En su bufete de derechos humanos, en los pasillos de los tribunales, en las plazas donde gritaba por justicia, siempre había sentido que algo la sostenía, algo leve pero inquebrantable, como el aleteo de un colibrí.



Mientras dura el recuerdo, dura la esperanza y con la esperanza el amor.



Jorge Alberto Narváez Ceballos



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