lunes, 9 de diciembre de 2024

reEvolución


 

En 1986, nosotros éramos muchachos, hijos del viento andino, militantes del M-19, convencidos de que la revolución también se escribía con pintura en las paredes. 

 

Todo comenzó con la hazaña del comando que pintó BATALLÓN AMÉRICA. Letras enormes y furiosas adornaban una pared frente al INEM, donde el tráfico regional y binacional fluía como sangre por las venas de la ciudad. Aquello era arte, grito, desafío, eran letras hechas con brocha lo cual elevaba la dificultad al 1000 por ciento. Teníamos que superarlo, hacer algo que estremeciera las calles de Pasto como un trueno en la madrugada. 

 

Las ideas surgieron como chispas en medio de un apagón: un homenaje floral a Nariño en el parque central, robarnos la espada de Bolívar en el parque del mismo nombre frente al batallón Boyacá, un "M-19" gigante en el puente de Juanambú, o una jornada de pintas que invadiera el corazón de la ciudad. La decisión fue unánime: esa noche pintaríamos nuestras consignas como si fueran poesía clandestina, pero con tarros de pintura en spray, como seres humanos normales. 

 

A las 12, en punto, nos reunimos en San Felipe. Éramos seis, cada uno con un tarro de pintura en una mano y el miedo bien guardado en el bolsillo. Las primeras pintas las hicimos con precisión quirúrgica, entre risas nerviosas y el eco de nuestros pasos en el parque infantil. Desde allí, el plan nos llevó rumbo a la avenida Santander. 

 

Las paredes recién pintadas del cuartel central de la policía nos recibieron como lienzos provocadores. Blancas, inmaculadas, pero listas para transformarse en gritos de libertad. Sin pensarlo demasiado, cada uno tomó su posición. Uno comenzó con la palabra "Batallón", mientras otro pintaba "América". Las latas bailaban rápidas, urgentes, como si en cada trazo se jugara la vida. 

 

Cuando terminamos, dimos un paso atrás para admirar nuestra obra. "¡Lo logramos!" susurró alguien con el orgullo rebotándole en la voz. Pero entonces, la fatalidad de la nocturna prisa cayó como un balde de agua fría. Allí no decía "América". Decía "Amrica". 

 

Hubo un silencio de terror colectivo. "Nos regresamos", dijo uno, con la seguridad de quien decide que el fracaso no es opción. La calle estaba desierta, pero la presencia de las garitas de la guardia de la policía a pocos metros nos quemaba en la nuca. 

 

Corriendo el riesgo, dos volvieron con las latas listas. Una "E" valía nuestra revolución. Pintaron con precisión, mientras los demás vigilábamos desde la esquina con el corazón galopando. Terminada la corrección, salimos disparados. Nos encontramos en una esquina oscura, sofocados de risa y adrenalina. 

 

Esa noche no solo pintamos paredes; pintamos en nuestros corazones la certeza de que, aunque éramos muchachos, éramos parte de algo inmenso, una tormenta que nacía en las montañas y corría por las calles. Pasto despertó con nuestras letras gritándole al cielo, y nosotros sabíamos que, aunque el miedo nos persiguiera, la revolución nos abrazaba. 

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



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