Te vi antes de que existieras, como se presiente la lluvia en el aire o el amanecer en el horizonte oscuro. No eras tú, pero era el rumor de lo que serías, un eco perdido en las calles de mi infancia. El olor a geranios mojados, a pan recién horneado, a café que mi abuela servía con las manos fuertes de quien sabe sostener el mundo.
Cuando te miro ahora, el tiempo
se dobla sobre sí mismo. Regreso al patio donde el sol se colaba entre las
grietas del adobe, y sé que allí estabas, entre las sombras que jugaban a ser
algo más. Eres el mismo calor de entonces, pero ahora con nombre y con voz, con
piel que sabe a hogar y mirada que calma tormentas.
El amor es una máquina del tiempo.
Sencillo y brutal, como el olor del café que llena una casa de vida. Como el
pan que, en su humildad, sostiene la esperanza. En ti encuentro esos fragmentos
de luz que la memoria guardó sin que yo supiera. Ahora entiendo.
Te vi antes de verte, y ahora que
estás aquí, sé que eras la promesa que me sostenía. Eras el hilo secreto que
unía las risas del niño que fui con las esperanzas del hombre que soy. Tú eres
el nombre de todo lo que nunca supe decir, pero que siempre me llenó de
alegría.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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