domingo, 30 de junio de 2024

FRONTERA

FRONTERA

Al caer la noche llegaron a la frontera, Beatriz se arregló en el espejo retrovisor, la cachucha de cuero, se delineó los ojos y repasó el rojo de sus labios con el labial que siempre cargaba en el bolsillo de la chaqueta. Se dio cuenta de que el anillo de bodas había dejado una señal muy clara en su dedo color canela y sonrió. El policía, envuelto en una ruana gruesa que lo cubría desde la gorra, soportaba la fuerte lluvia y la sensación de frío aumentaba al ver a ese oficial de raza negra, temblando aún protegido de esa manera. Examinó los documentos bajo la luz temblorosa de una linterna, luchando contra el agua que descendía por su cara. A pesar de que los documentos estaban en regla, levantó la linterna para asegurarse de que las fotos coincidían con las caras. Beatriz, con una paciencia aprendida a fuerza de lidiar con estos casos, sonrió de manera amable al guardia, intentando romper la barrera de formalidad que la lluvia y la noche habían erigido entre ellos.

Javier, que había dejado de conducir hace un par de horas, miró al policía y también le sonrió, se rascó la cabeza arremolinando el afro de costeño tropical y le hizo una venia casi militar mientras Beatriz recibía los documentos. Vestía una chaqueta de cuadros y una gorra deportiva y esa sonrisa que no se le borraba de la cara ni en los momentos más difíciles.  El guardia, con una mirada final, devolvió los documentos y murmuró algo inaudible bajo la lluvia. Beatriz entendió el gesto y, con un leve asentimiento, arrancó el automóvil.   

Llegaron al otro lado de la frontera, pero los guardias estaban sentados jugando parqués mientras tomaban bebidas calientes en una garita bien iluminada y con música a todo volumen. Nunca supieron si fue la lluvia, la cara de Beatriz o la divina providencia, pero ni siquiera se asomaron y dejaron que pasaran. Llegaron a Ipiales cerca de las 8 de la noche, el frío y la lluvia había dejado las calles vacías, se miraron y rieron, están pasando no solo las armas y el dinero, como en las películas del oeste, sino también sueños y promesas de lucha por la democracia plena.

- Si ves Beatriche, la pasión desencadena en la gente fuerzas escondidas, intuiciones certeras, poderes que se hallan agazapados, nada de lo que ha pasado estos días es fortuito, es la fuerza del amor, porque el amor es la certeza de la vida, mi mamá siempre me lo dice y yo creo en esa vaina. Algún día, en alguna parte nos vamos a reír a carcajadas porque toda esta vaina será posible con el amor y mamando gallo. Vamos a buscar algo de tomar bien caliente, no sé cómo sobreviven en este puto frio. 

Jorge Narvaez C.



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