sábado, 29 de junio de 2024

DÍA ELECTORAL

 DÍA ELECTORAL

Lo arrojaron al botadero dándolo por muerto. Apretando los párpados, permaneció inmóvil, ni siquiera respiró, no se quejó de ninguno de sus dolores. Solo dejó que se fueran, con los últimos insultos y ese olor a cigarrillo piel roja más fuerte que el mismo olor de la basura.

Pudo reconocerla, la nombró en voz alta en medio del salón y salieron juntos de la cafetería de la universidad. Bajaron juntos las gradas hasta la entrada de la facultad y juntos cruzaron la calle. Un hombre se acercó directamente a él y otro, que salía de un carro Renault 9 azul, jaló con fuerza el brazo de ella. Mientras lo tomaron de la cabeza y lo golpearon de manera contundente contra el techo del carro, lo metieron de un solo empujón al asiento de atrás, donde ya la habían metido a ella.

Decide levantarse. La sensación del suelo frío bajo sus pies le devuelve al presente con una claridad casi dolorosa. El cielo está teñido de tonos rosados y anaranjados. Los chulos ya escarban entre la basura y un par de ancianos calientan café en una hornilla improvisada.

Avanza con cautela, cada paso es una prueba de su propia resistencia. Los recuerdos de la tortura se mezclan con la realidad inmediata, creando un torbellino de imágenes y sensaciones que apenas puede controlar. La visión de los ancianos le brinda una momentánea sensación de normalidad. Se acerca, sintiendo una mezcla de desesperación y esperanza.

¿Qué pasó con ella? No pudo verla desde el mismo momento en que los encapucharon y dejó de sentirla al mismísimo momento en que los bajaron del carro en esas caballerizas. Ese olor a mierda de caballo era penetrante. Los recuerdos son fragmentos dispersos, pero la imagen de ella en la cafetería de la universidad permanece nítida.

El camino hacia la ciudad es largo. Abajo, la ciudad empieza a ser iluminada por los rayos del sol de la mañana. Todo su cuerpo comenzó a dolerle y se arrimó a un muro de tierra apisonada a llorar, a llorar todo lo que nunca hizo mientras los torturadores se turnaban la picana, el submarino y la colgada.

Años después, sentado en un café de Buenos Aires, recordaría esos tiempos oscuros con una mezcla de dolor y orgullo. Las cicatrices de la resistencia aún marcaban su piel, pero su espíritu estaba intacto. Le pregunté por ella, me miró a los ojos y volvió a llorar. "Ella", dijo con voz entrecortada, "guardaba la certeza de que la lucha por la libertad nunca termina, pero también la convicción de que, mientras haya personas dispuestas a alzar su voz y desafiar la opresión, la esperanza siempre encontrará un camino para florecer."

Escuchamos en el celular la transmisión desde Colombia de los resultados de las elecciones. Vimos con lágrimas en los ojos cómo los periodistas del régimen casi no podían decir que ganamos. La libertad, esa libertad tan anhelada, ahora era una realidad posible y por primera vez sentimos que todos los sacrificios habían valido la pena




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