Te invito a caminar por mis horas,
esas que se escapan del ruido del mundo,
donde el aire es un eco de tu nombre
y la luz apenas un roce,
un rumor de deseo detenido en el umbral.
Ven, despojémonos del tiempo
bajo este cielo de sombras profundas.
Quiero verte habitar el instante,
morder la raíz de lo eterno,
desgarrar con tus labios
el velo entre lo perdido
y lo inevitable.
Porque en ti queda intacta
la memoria de la lluvia,
ese refugio de suspiros
que sembramos en la penumbra,
esperando la llama,
el temblor,
el incendio.
Ven, amor,
seamos un río,
un bosque,
un aliento nacido del viento.
No hay soledad que resista
La promesa de tu boca.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
Óleo, Darwin Córdoba
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