Que nadie se confunda: la
historia no es un manso arroyo, sino un río indomable que corre con la sangre
de quienes soñaron libertad.
Los pueblos de esta América, que
no es del Norte ni del Sur, sino del corazón, llevan siglos de cicatrices,
siglos de cadenas rotas y sueños tejidos con manos callosas. Y aquí estamos,
con la memoria de nuestras montañas, de nuestros ríos y de nuestros muertos,
que siguen vivos en la lucha.
Por la dignidad que no se compra
ni se vende,
por la solidaridad que no pide
permiso,
por la humanidad que no entiende
de fronteras ni de muros.
¡Despertemos juntos, hermanas y
hermanos, porque el tiempo de esperar ya terminó! Este continente, saqueado y
silenciado, aún canta en cada esquina, en cada mercado, en cada abrazo. El
grito de Tupac Amaru, de Juana Azurduy, de Bolívar, de Sandino y Emiliano
Zapata, sigue resonando en el eco de nuestros pasos.
Unámonos, no por los caudillos,
no por los bandos, sino por los niños que ríen en todas las lenguas y por los
ancestros que nos susurran desde las estrellas. Unámonos para que nuestra
América deje de ser una promesa y se convierta en un presente.
La unidad es el arma de los
pueblos que no se rinden. ¡No hay cadenas que puedan detenernos cuando
caminamos juntos! Hoy, como ayer, somos la lluvia que germina la esperanza, el
fuego que purifica el olvido, el viento que lleva la palabra.
Por la unidad,
por la dignidad,
por la vida.
¡Latinoamérica de pie! Que nos
tiemblen las manos, pero nunca las rodillas. Que tiemblen ellos, los que temen
al pueblo despierto.
Porque aquí, donde todo parece
perdido, nace la fuerza invencible de quienes saben que el mañana es nuestro.
¡Vamos juntos, vamos siempre!
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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