miércoles, 25 de junio de 2025

DESOJANDO MARGARITAS


 Te amo,

pero no te retengo.

Te deseo,

pero no te ato.

Te tomo,

pero no te poseo.

Te miro,

sin cerrarte.

Te toco,

sin borrar lo que fuiste.

Te escucho,

sin callarme.

 

Deshojando margaritas

aprendimos a no dejarle al azar

lo que el alma sabe,

a no pedirle permiso al silencio

para sentir,

a no hacer del deseo una rifa

ni del cuerpo una apuesta.

 

Cada pétalo caído

fue una mentira menos.

Una renuncia a la jaula,

una puerta abierta.

 

No viniste para que te escojan

como se escoge un vestido en la vitrina,

viniste a elegir.

Y si me eliges,

es porque sabes que en mi abrazo no hay clausura,

porque entiendes que mis cicatrices no son tuyas

pero no las niegas,

porque cuando me abro,

no entras para cerrar,

sino para quedarte con las ventanas abiertas.

 

Deshojando margaritas

entendimos que el amor no es limosna,

que el deseo no se debe,

que el cuerpo no espera ser aprobado.

 

Mi piel no es tierra prometida

ni campo abandonado.

Es selva que canta,

que ruge,

que huele a fruto y a hambre.

Es jardín sin cerca,

es templo sin dueño.

 

Y cuando me abres paso entre tus piernas,

no estoy conquistando,

estoy siendo convocado.

Porque en tu reino no hay princesas dormidas:

hay diosas de carne,

de sangre,

de risa y cicatriz,

diosas que arden

y deciden.

 

Así que guarda tus dudas.

Guarda tus “si te portas bien”.

Si me amas,

hazlo con el pulso firme

y el alma despierta.

Hazlo sin contar pétalos

ni cerrar bocas.

 

Y si un día no florezco,

no me pidas silencio:

ámame igual,

como se ama la tierra

cuando descansa.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



martes, 24 de junio de 2025

EL AMOR EFICAZ: LA REVOLUCIÓN QUE SE ORGANIZA DESDE ABAJO

 

Camilo Torres Restrepo no fue un mito. Fue un hombre. Un hombre que amó con la fuerza de quien comprende que amar no es contemplar ni esperar, sino comprometerse y actuar. Un hombre que entendió que el amor solo es verdadero cuando se vuelve eficaz.

 

El “cura guerrillero” es la figura fácil con la que quisieron empacarlo, congelarlo en la última escena, para que olvidáramos todo lo que había caminado antes. Pero Camilo no fue solo un fusil, ni solo un sermón: fue una propuesta radical de transformación, tejida desde las calles, las aulas, los campos y los barrios. Su “Amor Eficaz” es mucho más que un gesto heroico; es una categoría plural, compleja y viva que sigue exigiendo hoy, en este tiempo de Colombia, su lugar en la construcción de un nuevo proyecto de humanidad.

 

El amor que organiza

 

Camilo planteó el “Amor Eficaz” como la síntesis viva de sus búsquedas teológicas, sociológicas y políticas. Es una categoría que brota en las encrucijadas del tiempo histórico: entre la Revolución Cubana que encendía los sueños de emancipación en América Latina y el Concilio Vaticano II que agitaba las conciencias dentro de la Iglesia. Camilo supo leer los signos de su época y los convirtió en un llamado: “El amor, para ser auténtico, tiene que ser acción organizada para liberar a los oprimidos.”

 

No es un amor romántico ni abstracto. Es un amor que se pregunta quién tiene la tierra, quién tiene el poder, quién escribe las leyes. Es un amor que no se resigna a la limosna ni a las soluciones a medias. Es un amor que se compromete con la transformación radical de las estructuras que reproducen la exclusión, la miseria y la desigualdad.

 

Camilo lo entendió y lo gritó: “El amor que no se organiza no sirve.”

 

Cuatro rostros del amor eficaz

 

El Amor Eficaz no es un concepto plano, no es un discurso vacío. Tiene cuerpo y tiene raíces. Su potencia está en sus cuatro dimensiones constitutivas: teológica, ética, epistemológica y política.

 

Teológica: Camilo desmontó la fe pasiva y la convirtió en fe militante. No buscaba un cielo lejano mientras ardía la tierra. Creía en un Dios que camina con los pobres, que se organiza con ellos, que construye su Reino aquí y ahora. El amor eficaz es, en esta clave, una respuesta de fidelidad a un cristianismo que se hace carne en la lucha social.

 

Ética: Para Camilo, no era suficiente pensar lo justo, había que vivirlo. La ética del amor eficaz exige coherencia entre lo que se cree, lo que se dice y lo que se hace. No admite neutralidades, porque la neutralidad es otra forma de complicidad. El amor eficaz es un mandato que interpela: o estás con los que luchan, o estás con los que oprimen.

 

Epistemológica: El amor eficaz también es una manera de conocer. Camilo no quería mirar al pueblo desde arriba ni estudiarlo como objeto. Quería aprender con el pueblo, desde el pueblo, para construir saberes al servicio de la transformación. Es un conocimiento situado, encarnado, que se teje en las mingas, en las asambleas, en las cocinas comunitarias.

 

Política: Finalmente, el amor eficaz se concreta en la acción colectiva. No es un acto aislado, no es caridad, no es compasión. Es organización popular, es poder popular. Es la capacidad del pueblo de decidir sobre su destino y de construir sus propias estructuras de poder.

 

Del mito a la praxis popular

 

Reducir a Camilo al mito del “cura guerrillero” es un acto de censura simbólica. Es condenarlo a ser una estatua sin movimiento. Pero su legado es dinámico, está vivo y sigue respirando en los procesos organizativos que hoy, más allá de las armas, más allá de las cúpulas, construyen desde abajo el poder de las comunidades.

 

Camilo no buscaba mártires ni héroes individuales: buscaba pueblos conscientes, organizados y movilizados. Esa es la revolución que todavía nos está esperando.

 

Hoy, en este tiempo donde la lucha armada perdió sentido como vía y la institucionalidad muchas veces es vacía en las palabras y fría en su contenido, el amor eficaz se convierte en una herramienta imprescindible para sostener los procesos populares, para evitar que la transformación se desvanezca en promesas de campaña o en reformas superficiales.

 

La revolución que Camilo soñó no cabe en un decreto ni en un parlamento. Es una revolución que crece en la tierra fértil de la organización popular, donde el amor se hace eficaz porque se hace colectivo, porque se convierte en proyecto común.

 

El desafío actual: amar organizadamente

 

En Colombia, donde las heridas de la guerra aún sangran, donde las desigualdades no desaparecen, el “Amor Eficaz” nos sigue señalando la tarea urgente: organizarse, construir poder popular, transformar desde abajo.

 

El amor eficaz hoy es el que mueve a las madres buscadoras, a los líderes campesinos que defienden la tierra, a las mujeres que resisten las violencias, a los jóvenes que no se resignan a vivir condenados al “no-futuro”. Es el amor que se niega a ser aplazado, que se multiplica en las cooperativas, en las redes solidarias, en los cabildos abiertos, en la organización comunal y comunitaria que se reactiva en barrios y veredas.

 

Porque el amor eficaz no es una idea. Es una práctica. Y esa práctica se llama organización.

 

Hoy más que nunca, amar eficazmente es amar organizadamente.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



 

sábado, 21 de junio de 2025

AFRANIO PARRA GUZMÁN: EL HOMBRE QUE TEJIÓ POLÍTICA CON AFECTOS

  

Por las venas de Afranio Parra no corría sangre, corría fuego. Y no era un fuego cualquiera. Era ese fuego antiguo que nace en los abismos de la tierra, donde los jaguares aún custodian los secretos del alma humana.

 

A veces, la historia tiene miedo de ciertos hombres. Hombres que no caben en las estadísticas ni en los manuales. Hombres como Afranio Parra Guzmán, el poeta, el guerrillero, el chamán, el libertario. Lo llamaron comandante, pero él prefería ser llamado hermano. Porque para Afranio, la política no era un tablero de ajedrez, sino un tejido de afectos, un entramado de almas.

 

Decía que la política era el arte de hacer amigos. ¿Quién se atreve a repetirlo hoy, en tiempos donde la política es una feria de máscaras, donde los abrazos se venden y las promesas se alquilan por horas? Afranio no. Afranio creía en otra cosa. Creía en la política que nace del abrazo sincero, en la política que se construye con las manos llenas de tierra y con el corazón limpio de codicia.

 

Lo dijo claro, sin rodeos, en su carta a Vera Grave: la política sin afectos es un cascarón vacío. Y un cascarón vacío no late, no vibra, no arde. La política necesita el calor de la piel, el temblor de los sueños, la caricia del compromiso. No basta con entender la injusticia; hay que dolerla. No basta con conocer la causa; hay que amarla.

 

Afranio hablaba de la “Atracción Apasionada”, esa fuerza invisible que une a los hombres más allá de los discursos, más allá de las consignas. Esa fuerza que empujó a los niños de Siloé a defender a los suyos sin necesidad de leer manifiestos. Porque a veces el corazón es más sabio que la cabeza.

 

Él sabía que la política sin afectos fabrica monstruos. Lo sabía porque los había visto: los dictadores que gobernaban con fusiles y cadenas, los oligarcas que convirtieron la política en una maquinaria de trampas y de miedos. Afranio no quería eso. Él quería la política de los que sueñan despiertos, la política de los que luchan no solo por cambiar las leyes, sino por cambiar la forma en que nos miramos, en que nos abrazamos, en que nos reconocemos humanos.

 

No quería héroes de piedra ni dirigentes de hierro. Quería hombres que lloraran, que rieran, que se enamoraran. Hombres que pudieran mirar a los ojos a sus compañeros y decirles: "Te quiero, te creo, te acompaño".

 

Afranio fue guerrillero, sí, pero sobre todo fue sembrador. Sembró afectos, sembró confianza, sembró utopías. No hablaba de revolución con la boca llena de odio; hablaba de revolución con las manos llenas de afecto. Soñaba con la Edad del Cuarzo, la Era de la Transparencia, donde los hombres no necesitaran máscaras ni armaduras para caminar por la vida.

 

Para él, la política era como el agua: debía ser clara, debía ser compartida, debía ser fuente y no mercancía. Y como buen chaman, sabía que las heridas del pueblo no se curan solo con leyes, sino con canciones, con rituales, con ternura.

 

Afranio murió como vivió: ardiendo. Pero sus palabras siguen caminando. Siguen colándose por las rendijas de la historia, susurrando a quienes aún creen que la política puede ser un acto de amor y no solo de poder.

 

A él, los libros oficiales tal vez lo ignoren. Pero en las plazas, en los barrios, en los corazones de los que aún se atreven a soñar, Afranio sigue siendo el hombre jaguar. Sigue siendo la prueba viva de que la política, cuando se hace con afecto, puede ser la forma más hermosa de la ternura colectiva.

 

Porque después de todo, como él mismo decía, quien no sueña y no se aventura, nunca podrá ser libre. Y Afranio soñó. Y se aventuró. Y fue libre.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



viernes, 20 de junio de 2025

UN BESO Y UN CAFÉ RECIÉN COLADO


Un beso.

Y el aroma de café recién colado

subiendo como una ofrenda lenta

desde la tierra de mi pecho

hasta el altar de tu boca.

 

No me basta con la tibieza.

Quiero el amargor exacto

que deja en la lengua el deseo no satisfecho.

El vapor que se adhiere a la piel

cuando dos cuerpos aún no se han tocado,

pero ya se prometen guerra santa.

 

Un beso.

Pero que no sea saludo.

Ni clausura.

Ni punto medio.

Quiero un beso que muerda.

Que diga lo que tus palabras no se atreven.

Que hable el idioma de los incendios que se disimulan con ternura.

 

El café canta en la cocina.

Tú en mi cuello.

Y yo te abro como se abre un libro prohibido

en la página más subrayada del pecado.

 

No soy tu desayuno.

Soy tu hambre.

Soy la gota que cae

cuando ya no queda paciencia.

La piel que sabe

que un beso puede ser más filosófico

que un tratado entero sobre el alma.

 

Dame ese beso.

Pero que tenga cuerpo,

que tenga herida,

que tenga café

y su brevedad impura.

 

No te necesito para vivir.

Pero te quiero como se quiere

el primer sorbo:

con los ojos entrecerrados,

y el alma de rodillas sin arrodillarse.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



 

 

DESDE EL HORIZONTE DE ENRIQUE DUSSEL: TRES CLAVES PARA PENSAR Y AMAR EL MUNDO

 

Por los caminos de abajo

 

Enrique Dussel no escribió desde la comodidad de los vencedores. No habitó los mármoles de las academias que clausuran la vida entre citas ilustres y conceptos asépticos. Pensó, más bien, desde el lodo, desde las plazas, desde el barro donde los pies descalzos caminan, caen y se levantan. Lo suyo no fue un filosofar para entender el mundo como es, sino un filosofar para liberarlo, para romper los barrotes de las verdades oficiales y para escuchar, con oído atento, a los que nunca tuvieron altoparlantes.

 

Dussel no nos entrega conceptos muertos ni palabras decorativas. Nos ofrece un horizonte. Un horizonte abierto, donde la filosofía no es un lujo ni una costumbre académica, sino un acto urgente de amor y rebeldía. Desde este horizonte, tres claves nos iluminan el camino.

 

I. Pensar no basta: El compromiso social como ética viva

 

Dussel lo dijo sin adornos: pensar no basta. El pensamiento que no nace del dolor del otro es apenas un ejercicio estéril. Para Dussel, la filosofía no puede permanecer indiferente, ni vestirse con ropas de neutralidad. Pensar es amar, y amar es comprometerse.

 

La ética que nos propone no es la de los manuales ni la de los discursos huecos. Es la ética de la alteridad, la ética que nos obliga a mirar al otro como un rostro vivo que interpela, que reclama, que exige ser visto, escuchado y abrazado. No se trata de la caridad que acaricia desde arriba ni de la piedad que observa desde lejos. Amar al pobre, dice Dussel, no es un acto de generosidad: es un acto de justicia.

 

El compromiso social, entonces, no es opcional. No basta con indignarse desde la pantalla ni pronunciar palabras inflamadas desde la comodidad. Es necesario bajar al barro, tocar la herida, llorar con el pueblo y caminar, no delante ni detrás, sino al lado de los oprimidos. Allí, en la proximidad de la llaga, comienza la verdadera filosofía.

 

II. Descolonizar la mirada: Romper las cadenas del eurocentrismo

 

Durante siglos nos enseñaron que el pensamiento universal hablaba con acento europeo. Nos dijeron que la verdad tenía la piel blanca, que el conocimiento nacía en Grecia y maduraba en París o Berlín. Nos convencieron de que pensar desde América Latina era apenas una nota al pie, una curiosidad exótica, un eco menor.

 

Dussel nos invita a romper esa cárcel invisible. Descolonizar la mirada es desatar las cadenas que atan nuestras mentes al patrón de poder que Europa impuso. No se trata de odiar al otro, sino de reconocernos como sujetos plenos de palabra, de razón, de historia.

 

Pensar desde América Latina no es encerrarse en un localismo, es abrir ventanas hacia una universalidad otra, una universalidad nacida desde los márgenes. La epistemología del sur, que Dussel reivindica, es el arte de escuchar a los que fueron silenciados y de recuperar las voces sepultadas por la historia oficial.

 

El eurocentrismo no solo nos enseñó a pensar con cabeza ajena, también nos robó la confianza en nuestras propias palabras. Por eso, descolonizar la mirada es, ante todo, un acto de dignidad.

 

III. La filosofía de la liberación: Pensar desde el oprimido

 

Enrique Dussel no quiere filosofías que se limitan a describir la miseria del mundo. Él nos llama a una filosofía de la liberación, que no observa al oprimido como objeto de estudio, sino que piensa desde él, desde su dolor, desde su grito.

 

No es una filosofía para decorar congresos ni para sumar títulos. Es una filosofía para transformar la realidad, para acompañar las luchas concretas de los indígenas, las mujeres, los migrantes, los campesinos, los condenados de la tierra. Es una filosofía que brota desde lo que el sistema llama desecho, pero que es, en verdad, semilla de humanidad nueva.

 

En la filosofía de la liberación, pensar y actuar son inseparables. No se puede amar sin comprometerse políticamente. No se puede hablar de justicia desde la indiferencia. No se puede filosofar desde el silencio ante la opresión.

 

La filosofía de la liberación es un puente: une la razón con el corazón, la teoría con la calle, la palabra con la acción. Es una voz que resuena en los márgenes, que desobedece los mapas heredados y que construye caminos propios, abiertos, inacabados, vivos.


Epílogo: Caminar descalzos, amar sin fronteras

 

Dussel nos deja una tarea incómoda y luminosa: pensar con los pies descalzos, amar con las manos abiertas y caminar con los ojos puestos en los últimos.

 

No se trata de repetir lo aprendido, ni de aceptar el mundo tal como está. Se trata de desobedecer, de crear, de construir un pensamiento que no sirva para perpetuar las cadenas, sino para romperlas.

 

Como diría Galeano: "Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo."

 

Y como diría Dussel: "no hay liberación sin amor, ni amor sin compromiso político."

 

El camino es difícil, pero en ese camino difícil habita la alegría verdadera: la alegría de sabernos parte de los que luchan, sueñan y construyen un mundo nuevo.

 

Esa es la Tarea…

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Enrique Dussel (1934-2023)


 

jueves, 19 de junio de 2025

NADIE DIJO QUE IBA A SER FÁCIL


En estos tiempos turbios, donde la verdad es mutilada y la esperanza es cercada, es preciso recordar que la historia de los pueblos no se escribe en el mármol de los poderosos, sino en la tierra fecunda de los que resisten.

 

La derecha colombiana - que no es más que la prolongación global de una lógica de muerte - ha respondido, como siempre, con engaño y mentira. No soporta que un pueblo se levante con dignidad, que un gobierno hable de justicia y no de represión, que los de a pie, los de siempre, los de abajo, se conviertan en protagonistas de su destino. Por eso bombardean con odio. Por eso atacan desde los grandes medios que han sustituido la palabra por el veneno, la información por la propaganda, y la historia por el miedo.

 

En Colombia, esa nación herida pero jamás rendida, asistimos a un asedio calculado. Se repite el guion: distorsionar, dividir, deshumanizar. Una estrategia que bebe directamente de los manuales oscuros de la propaganda nazi, donde la mentira repetida se convierte en instrumento de dominación. Acusan, sin pruebas. Dicen, sin alma. Y cada palabra que lanzan no busca el diálogo, sino la guerra.

 

Pero nadie dijo que iba a ser fácil.

 

Construir la paz en un país moldeado por décadas de sangre no es un acto ingenuo: es una revolución espiritual. Implica desarmar no solo los fusiles, sino los odios enquistados. Implica hablar cuando otros gritan, cuidar cuando otros destruyen, amar cuando otros matan.

 

Y aquí está el pueblo, caminando con la frente en alto, aún con los pies cansados. Sembrando dignidad en cada barrio, en cada vereda, en cada universidad, en cada canto que nace desde la entraña y no desde el interés. Este pueblo sabe que la paz verdadera no se firma: se teje con memoria, con justicia, con pan, con tierra y con ternura.

 

La oligarquía podrá poseer los canales, los micrófonos, los bancos y las empresas, pero no puede poseer el alma de un pueblo que despertó. Podrá inventar guerras, pero no podrá matar el anhelo profundo de una Colombia distinta.

 

Porque como decía Dom Helder Câmara: “Cuando uno sueña, es solo un sueño. Cuando muchos sueñan juntos, es el comienzo de una nueva realidad”.

 

Sigamos soñando. Sigamos resistiendo.

 

Nadie dijo que iba a ser fácil, pero es sagrado lo que estamos haciendo.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Dom Helder Cámara "Teología de la liberación"


martes, 17 de junio de 2025

JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI: PENSAR DESDE EL PUEBLO PARA TRANSFORMAR EL MUNDO

 

José Carlos Mariátegui fue uno de los pensadores más originales y revolucionarios de América Latina. Desde el Perú, en las primeras décadas del siglo XX, este periodista, ensayista y socialista se atrevió a mirar la realidad con los ojos del pueblo y no con los lentes importados de Europa. Mariátegui no solo criticó las injusticias que vivían los trabajadores y los indígenas, sino que propuso caminos para construir una sociedad más justa, partiendo de la historia, la cultura y las luchas propias de América Latina. Hoy, casi cien años después, sus ideas siguen vivas y son una herramienta fundamental para entender y transformar el mundo en que vivimos.

 

I. La democracia no es para unos pocos

 

Para José Carlos Mariátegui, la democracia que nos vendieron en América Latina era puro cuento. Una máscara bonita que esconde la realidad: que los mismos de siempre sigan mandando.

Para Mariátegui, la democracia no era firmar papeles ni votar cada cuatro años. La verdadera democracia es la que nace del pueblo que se organiza, que se levanta y que se atreve a cambiar las cosas. No es un regalo que baja desde arriba. Es un derecho que se conquista luchando, codo a codo, en la calle, en la plaza, en el sindicato, en la tierra.

 

En su libro “Siete ensayos sobre la realidad peruana”, Mariátegui le sacó la careta a ese sistema que heredamos de los tiempos de la colonia. Decía que esa democracia era una mentira en un país donde los indígenas, los pobres, los campesinos, vivían como si no existieran. Por eso, Mariátegui no quería una democracia pintada de palabras, sino una democracia verdadera: donde el pueblo sea el dueño, donde la tierra sea de quien la trabaja, donde los que siempre estuvieron abajo puedan levantarse.

 

II. La democracia verdadera nace desde abajo

 

Mariátegui decía que la democracia verdadera no es agrandar las jaulas donde nos tienen encerrados. Es romperlas. Es construir otras formas de mandar y obedecer, donde el patrón ya no decida por todos. Es cambiar el juego, no solo las reglas.

 

La democracia radical es esa donde la gente del barrio, del campo, de la fábrica, del sindicato, del movimiento indígena o feminista, se junta, se organiza y toma las riendas. No es esperar que los de arriba hagan algo. Es hacer. Es hablar y decidir entre todos, sin jefes, sin amos. Es la política nacida en la calle y no en los palacios.

 

En esa democracia radical, la gente no es espectadora. Es protagonista. No aplaude desde la grada. Salta a la cancha.

 

III. Organizarse para no seguir obedeciendo

 

Mariátegui sabía que sin organización no hay pelea que valga. Las organizaciones de base —las que nacen en el barrio, en la vereda, en la parcela— son la raíz de la democracia verdadera. Es ahí donde el pueblo aprende a hablar, a reclamar, a no tener miedo.

 

Las organizaciones populares no son oficinas. Son los comités de vecinos, los grupos de mujeres, los sindicatos, los colectivos de jóvenes, las asambleas campesinas. Son esas reuniones donde la gente común decide qué hacer con su vida, con su trabajo, con su tierra. Ahí nadie manda desde arriba. Ahí todos deciden juntos.

 

Mariátegui no copiaba recetas de Europa. Él decía que la revolución debía tener sabor a nuestra tierra, color de nuestros pueblos, olor a campo mojado. Decía que había que construir un socialismo nuestro, con nuestras manos, con nuestras historias, con nuestras luchas.

 

IV. La lucha, la única forma de conquistar la democracia

 

La democracia de verdad no cae del cielo. Se arranca luchando. Mariátegui creía en la lucha directa: en las huelgas, en las tomas, en las marchas, en las manos que siembran y también en las que levantan la voz.

 

En la lucha, el pueblo no solo pelea: también aprende. Aprende que las injusticias no son naturales. Aprende a organizarse. Aprende a soñar con otra vida.

 

Para Mariátegui, la lucha no era solo pelear por pelear. Era el camino para cambiar las cosas de raíz. Para cambiar quién manda y quién obedece. Para que la tierra no tenga dueño, para que el trabajo no sea esclavitud.

 

El movimiento obrero, los sindicatos, los campesinos, los indígenas, las mujeres, los jóvenes: todos son parte de esta pelea. Porque Mariátegui no hablaba de una revolución de unos pocos. Hablaba de una revolución de todos.

 

V. Mariátegui sigue vivo

 

Hoy, casi cien años después, las palabras de Mariátegui siguen caminando por América Latina.

 

En un mundo donde las democracias son cada vez más un show para que los poderosos sigan mandando, la democracia radical es más necesaria que nunca. Hoy seguimos viendo cómo las grandes empresas mandan más que los presidentes. Cómo la policía golpea a quien protesta. Cómo los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.

 

Los movimientos sociales de hoy —las mujeres que luchan, los pueblos que defienden la tierra, los jóvenes que gritan en las calles, los indígenas que protegen la selva— están, sin saberlo, caminando junto a Mariátegui.

 

Los gobiernos populares que intentaron cambiar las cosas nos enseñaron que sin organización desde abajo, todo lo que se gana se puede perder de un día para otro.

 

Mariátegui nos dejó claro: la democracia verdadera no se espera. Se construye, se pelea, se arranca, se defiende.

No es cosa de los de arriba - sin importar si son los patrones o los dirigentes -. Es cosa de todos.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos