En
Colombia, el olvido ya no se impone a garrote como en tiempos del estallido
social, sino mediante falacias, cifras mutiladas y discursos que distorsionan
la historia. Las marchas en defensa de Álvaro Uribe Vélez, condenado por
manipulación de testigos, son más que actos políticos: reflejan un negacionismo
que crece en la extrema derecha, disfrazado de opinión y sembrado con la
intención de erosionar la verdad.
Este
fenómeno no es nuevo ni exclusivo. En Alemania aún se niega el Holocausto; en
Guatemala, el genocidio maya; en Argentina, se minimiza la cifra de
desaparecidos. Colombia, con su larga tradición de impunidad, reproduce estos
discursos: aquí se niegan los 6.402 falsos positivos como si no fueran muertos sino
cifras infladas por ONGs “cercanas a la guerrilla”. Se exige una lista con
nombres y fotos, como si la ausencia de papeles borrara los crímenes.
Este
negacionismo criollo se presenta con ruana y tinto, financiado con recursos del
erario que les quedaron de sus negocios con el Estado, del narcotráfico y de
cada negocio ilícito causado por la guerra. No se trata solo de mentir, sino de
una estrategia organizada para desmontar el consenso histórico. Según Fabián
Padilla Director de Fastcheck Chile, investigador del fenómeno, el negacionismo
opera a través de cinco pilares: uso de falsos expertos, falacias
argumentativas, expectativas imposibles, selección sesgada de datos (cherry
picking) y teorías conspirativas.
Estas
tácticas están presentes en redes sociales, medios afines y tarimas
improvisadas, donde se repite el relato de un Uribe mártir, jueces controlados
por la izquierda y falsos positivos inventados para desprestigiarlo. Así se
construye una Colombia paralela, en la que la historia se convierte en anécdota
manipulable.
Frente
a esta ofensiva del olvido, la memoria es resistencia. Recordar es el único
antídoto frente al veneno que convierte el horror en fábula y la justicia en
traición. Sin memoria, las víctimas mueren dos veces: primero con las balas,
luego con los discursos. Hay que recordar a don Raúl que lloró por su hijo
asesinado por soldados que buscaban callarlo por no querer ser un asesino; a
las madres que llevan décadas buscando a sus hijos entre archivos y fosas; a
los desaparecidos en hornos crematorios y casas de pique.
La
lucha por la memoria no es solo contra el olvido, sino contra el cinismo. Es
una lucha por la dignidad de los muertos y la decencia de los vivos. Si el
negacionismo se convierte en sentido común, perderemos no solo la historia,
sino también nuestra humanidad.
Y
así, como en la novela triste, 1984 de George Orwell un día podríamos despertar
sin saber si fuimos víctimas o victimarios, si fuimos una nación o apenas una
suma de mentiras compartidas; sin responder la pregunta si somos víctimas del
poder o cómplices por nuestra obediencia. Por eso, en estos tiempos oscuros, la
única marcha que vale la pena es la que camina hacia la verdad.
Jorge
Alberto Narváez Ceballos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario