Hoy recordé el espejo junto a tu
ventana, el reflejo de nuestros cuerpos en tu cama, la luz pálida, la sobrecama
bordada a mano, los dos nocheros, la silla verde aceituna que contrasta con el
tafetán de las cortinas y ese canapé donde dimos rienda suelta a la imaginación
y a la destreza.
Tu mirada profunda reflejada en
ese espejo me persigue, la luz de la calle entrando al cuarto creando la sombra
de tu figura de pie junto a la cama. Te miro caminando hacia mí, desplazándote
lenta y segura.
Recordé como entonces, todo en mi
era una pasión rabiosa, una ansiedad que subía por mi piel desde la más
profundo, cubriéndolo todo, hasta los recuerdos de otros cuerpos.
Yo sentado en esa silla, tu
trasformada en al razón de mi existencia.
Tu cuerpo se liberó de toda clase
de tensión y abriendo las piernas te acomodaste sobre mi cuerpo, que sentado en
esa silla te recibió como un milagro, como agua en un desierto.
Tu cara cambió de color y de
expresión de un momento a otro y mi cuerpo temblaba de un deseo más que humano,
casi inmortal.
Fuimos como dos hojas en el
viento, como árboles mecidos por la brisa fresca que con el ímpetu de nuestras
fuerzas telúricas se entregaron a un frenesí sin límites ni tiempo.
El placer brotó de los dos, de
cada recoveco de nuestros cuerpos, de cada acción y pensamiento, nada ni nadie podía
detenernos, ni los pudores, ni las leyes, ni el miedo.
Cuerpos maleables, manos amasando
cada espacio, labios saboreados, lenguas que prueban cada sabor, miel y sal,
hielo y fuego.
Posesión mística, respiración
jadeante, noche sin fin y fin sin limites. Cada mirada anticipa una caricia,
cada caricia un movimiento, el movimiento un espasmo y el espasmo un beso.
Caricias que danzan en los
cuerpos, cuerpos que se dejan conquistar, humedad que baña la pasión que las
manos esparcen sin pudores. Accidentes recorridos, incidentes memorables,
dientes blancos que se clavan en mi hombro grabándome por siempre tu deseo.
Acople perfecto, sensaciones que
salen de lo más ancestral y primigenio, conciencia de la piel que se apodera
del resto del cuerpo.
Hoy recordé el olor de tu pelo,
el sabor de tus labios, la pasión de tu cuerpo, tus palabras de amor, tu risa
nerviosa antes de explotar en mis brazos.
Recordé que te quiero, que te quiero
como solo se quiere una vez, con las entrañas, con las manos, con los besos.
Recordé que alguna vez no pude vivir sin ti, recordé que tú fuiste inmensamente
feliz conmigo, así lo niegues convencida o convenciendo.
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