Piensa en el descanso que ha sido ese alto parlante en lugar de las campanas, antes de eso debía subir las gradas en caracol hasta el campanario y bajarlas de nuevo, dos veces al día, todos los días.
Esta tarde quiso acomodar un poco las velas que alumbran la santa cruz, ya se acerca la semana santa y es mucha la gente que viene a alumbrarla. Comenzó a raspar la cera endurecida del piso, los residuos en el latón de la mesa y entonces quiso limpiar las paredes alrededor de la cruz de madera pintada de verde, donde los fieles se persignan tocando el tronco de ese árbol destajado casi completo para ser soporte de la fe.
Rió al leer las notas que los fieles escriben con lapicero, lápiz, hasta con objetos corto punzantes para dejar la huella indeleble de su petición urgente ante el Señor a través de este objeto de su sacrificio. Que le de fuerzas para aguantar al marido borracho, que le de trabajo a una hija, que le cure el reuma a su mamita, que le rompa el corazón a ese infiel, que quiere un novio bien lindo…
De repente quedó frio como si hubiera visto al mismísimo demonio, tambaleó incluso al echar el pie hacia atrás, cuando leyó pintado en la pared con lápiz rojo: “Sabemos que estas aquí grillo y te jodiste”.
II
Esa mañana se levantó más temprano se bañó, se vistió lentamente como un ritual cotidiano, dejo arreglando los ornamentos, el vino con agua, las hostias contadas, prendió el alta voz y se paró junto al altar dos gradas más arriba que el resto de los fieles, una más que todos los días. Desde allí divisó cada uno de los que entraban al templo.
Hizo lo mismo en la misa de la tarde, pero no encontró nada que lo haga sospechar. ¿Será una coincidencia? Pensó sin hablar.
Aunque el mismo se contesta que nada en el mundo es coincidencia, nada. Todo es parte de un ajedrez que se juega entre Dios y el Diablo, ajedrez en el que él fue uno de los alfiles, lo que siempre dudo es de cuál de los dos era la ficha.
Que hijueputa, murmuró entre dientes, que se venga lo que Dios o el Diablo me tengan deparado.
Recorrió casi uno a uno los recuerdos mientras limpiaba y acomodaba las bancas, sin olvidar contarlas una a una, tres hileras, dos de doce y una de cuatro en la nave lateral izquierda, frente a Santa Marta la patrona de los imposibles.
Quien podría estar aquí, siempre se cuidó de no dejar hilos sueltos. Si hasta el acento local lo aprendió al dedillo para pasar desapercibido y el cura viejo que lo acepto como sacristán murió sabiendo lo que él le contó en sus confesiones, pero jamás supo quién era y de donde venía.
Uno a uno transito su recuerdos, hasta intento hacer alarde de su memoria al querer recordar nombre y lugares, formas y métodos. Pero no se le ocurría quien o como pudieron dar con él. Solo atinó a comentar en medio de la ofrenda del pan y el vino: Señor, yo sé que no hay nada oculto bajo el cielo…
III
Nueve días con sus noches pasaron sin poder dormir, hasta tiene un dato exacto de cuantos y cuando vienen los fieles a la iglesia. Durante los años que aquí lleva jamás se había percatado de detalles tan nimios.
La vecina de la casa verde de dos pisos tiene dos hijas y tres nietos, dos nietas y un nieto, el cual según ha deducido es quien la hace venir al menos dos veces en semana a prenderle una velita a la santa cruz. Están los dueños del almacén de zapatos, madrugan a misa todos los días, tienen problemas, lo sabe porque a la hora de darse la paz, primero voltean a ver quién hay a su lado y al final con una acción repetitiva y mecánica se dan la mano sin fuerza y sin sentido. La secretaria del banco se sienta casi de primera, su aroma a perfume caro y a jabón de baño trasciende el incienso y la parafina ardiendo, es una estela de luz cuando camina a la comunión, lo lleva cabalgando en sus recuerdos a otros lugares con más sol y con menos años.
Sabe quiénes vienen a rezar y quienes vienen a pasar el tiempo, al medio día hay una señora joven que viene a la hora del almuerzo y se va diez minutos antes de las dos a su trabajo; al menos si viniera a la misa se fuera comiendo hostias…
Viejos, jóvenes y niños. A todos los tiene encasillados en una de las categorías en que aprendió a hacerlo, solo unos cuantos malhechorcillos de esquina, dos o tres, que vienen a la iglesia a repartirse el botín, rompen con el cuadro de los fieles y ninguno tiene ni siquiera un asomo de ser culpable de la sentencia del lápiz rojo.
¿Quién lo mira sin que él pueda mirar? ¿Quién lo tiene como presa? ¿Quién o quienes se confabulan contra su normalidad de hace tiempo, aquí y ahora, cundo él ya había casi olvidado el por qué, el cuándo y el cómo, de tantas cosas que no pude ni siquiera confesar al padre nuevo?
IV
Ahora pasa la noche en vela, sacó del baúl una Pietro Beretta 9mm, que acompaña con la oración de la Santa Cruz, la limpia, la aceita, la arma y la desarma, repitiendo de memoria: ven conmigo santa Cruz de Jesucristo, tened piedad de nosotros santa Cruz de Jesucristo, apartad de mi toda arma cortante. Santa Cruz de Jesucristo, vierte en mi todo bien…
Lo repite una y otra vez, cuando se levanta, cuando camina entre el confesionario y la nave central, cuando enciende el altavoz, cuando cambia los cirios o las velas, cuando mezcla el agua con el vino, cuando toca la campanilla en la elevación, solo deja de repetir cuando dice, para convencerse así mismo, en voz alta y sonora: Señor, yo no soy digno de que entres a mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Lleva muchos días sin dormir, los recuerdos se mezclan con la realidad y cada vez su semblante se torna más distante, más enfermo, más cansado. Hasta la señora que vende las velitas se ha preocupado por él, aun después de que intento hacerla sacar del atrio con su puesto de velitas y de incienso, tan solo porque le caía mal.
Esta mañana está muy mal, ni siquiera alcanzó a doblar la estola, la cual dejó encima del alba y de la casulla, no pudo limpiar el cáliz cuando cayó al pie de la puerta de la sacristía, pesadamente sobre su rodilla izquierda. Con su mano derecha trato de asirse a la jamba de la puerta, pero se vino abajo con el peso de su cuerpo. Miró hacia arriba la luz colándose por las hendijas del techo, la imagen del Padre eterno pintada en la cornisa, los pasos IV y V del víacrucis, sintió que el aire le faltaba, que los labios se le entumecían y que los ojos se cerraban, mientras reconoció a la distancia la imagen del sacerdote acercándose a pasos rápidos, venía en su ayuda, lo miró cuando llegó a su lado y dejo de mirar cuando al agacharse junto a él, se le deslizo de su mano un lápiz rojo, que fue lo último que vio allí y para siempre.
Jorge Narváez Ceballos
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