Muchas veces he tenido esa sensación de que estamos siendo parte de un sueño, o que somos el sueño de un dios como los antiguos Hindúes lo creían para terminar descubriendo que el mundo, nunca existió, solo fue un sueño.
Entonces me regreso en el espacio tiempo, a ese pedazo de ciudad que es más que cemento o ladrillos, esa parte de nuestra vida que es y existe porque así lo quisimos, porque allí vivimos, allí sentimos… Como el parque de San Andrés (a penas ahora me entero que es una plazoleta), ese rincón de ciudad que trae los recuerdos a mi piel, a mis sentidos y que tendré gravados por siempre en mi mente.
En él, en sus rincones, sus esquinas jugué cuando niño, después de salir de la misa, de la escuela, de la casa. Antes era un espacio más bien agreste roñoso y hostil, hoy es un espacio más bien amable; con la diferencia de que en aquellos días estabas vos y no este montón de alcohólicos irredentos y otros en la alocada carrera de lograrlo.
En este parque pasé horas enteras esperando que salieras del colegio, amé la esquina donde te esperaba desde entonces, sus paredes, el atrio del templo y la calle 17 donde caminábamos juntos riendo de cualquier tema que podíamos poner para avanzar hasta tu casa.
Su tierra es hoy como mi piel, me siento sobre el césped que maltratan las pisadas y sonrío recordándote. ¿Cuántas veces desee besarte cuando salieras por esa puerta? ¿Cuántas veces esperé tomarte de la mano?... La verdad son incontables, como incontables fueron los besos y caricias que nos dimos después de vencer nuestras vergüenzas.
Estas calles de la 16 a la 18, de la 31 a la 27 se encuentran plagadas de recuerdos, trasformadas hoy por la urbe, pero que no pueden dejar de ser las calles de los dos, porque en sus esquinas, en sus paredes repintadas, están impregnados nuestros cuerpos, nuestros deseos, nuestros pensamientos, nuestros sueños.
Todo se quedó en estas calles, los gestos, la ternura, los helados en el Ley, los jugos en el Dinai’s, los juegos en el parque infantil, la inocencia y tus primeros rubores, mis manos en tus manos, mi boca en tu boca, el guiño cómplice, la sonrisa picara, las noches escuchando la música que nos gusta, porque ¿sabes? Vos aun eres mi música.
Luego de las clases corría del Liceo por toda la 18 cruzaba la Plaza de Nariño, el Ley, Don Pancho y subía por la 28 para estar a tiempo en el parque de San Andrés para esperarte, para extrañarte, para desearte, para escuchar y adivinar la melodía de tu risa, risa música, risa que se quedó para siempre en mis sentidos, risa que puedo saborear aún ahora, risa que puedo tocar y que se empapa en la punta de mis dedos y que sigue llevándome a espacios eternos, sin tiempo, espacios con olor y con sabor, con sudor y con espasmos.
¿Quién iba a pensar que esta calle llevará tanto de los dos?
Entonces vos salías, a veces te hacías la que no me veías y tus amigas se reían, otros días corrías a encontrarme, me abrazabas y la tarde para mí era de todos los colores, así como lo había descubierto muchos años antes el poeta Aurelio Arturo y además para mí era de todos los sabores.
Hoy eres tan real como soñada, tan soñada como cierta, saltas desde el tiempo y te apoderas de mi mente, de mis sueños, de mis creencias ancestrales. Retumbas en mi mente, hierves de nuevo entre mis manos, tangible como estatua formada por las gotas de tu aliento, de tu sudor, y aún de mis lágrimas.
¿Cuántas veces volví a estas calles a buscarte? Cuántas lagrimas se escaparon de mis ojos…
Pero un día, cuando la música dejó de llenar mi mente y dejé de venir a este parque caminé hasta la 20 y me metí donde la Chava y te lloré junto a Carlitos Gardel y te soñé mi Malena y mi Yira y maldije mi suerte y extrañe a punto de morir ese cuartito azul donde nos amábamos, el mismo que me hizo conocer tu geografía, donde conquiste tus bosques y tus fuentes y explotábamos en convulsiones en las que se escapaba mi vida entre tu cuerpo.
“La Matrix está en todos lados. A nuestro alrededor, aún aquí, en este mismo cuarto. La ves cuando miras por la ventana, cuando enciendes el televisor, la sientes cuando vas a trabajar, cuando vas a la iglesia, cuando pagas tus impuestos. Es el mundo que te han puesto sobre los ojos para cegarte a la verdad”. Morfeo (The Matrix)
¿Qué tal que al despertar estuviera de nuevo en esta esquina, comiéndome una forcha y esperando que salieras? ¿Qué tal si al abrir mis ojos volviera a mirarme reflejado en tus ojos y te moridera con sutil presión los labios? para que me digas: “Yo puedo guiarte; pero tienes que hacer exactamente lo que te diga”.
Jorge Narváez C
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