Desnuda, frente al espejo, mira
con atención cada rincón de su cuerpo. La redondez de sus caderas, sus muslos
frescos, sus glúteos duros, su vientre terso.
Es una hermosa mujer y lo sabe.
Sentada frente al espejo observa con orgullo su cuerpo desnudo. Sujeta sus
pechos con ambas manos y apreta suavemente los pezones; su cuerpo incitado,
humedeció su sexo en el acto.
Conoce cada parte de sí, cada
pliegue, cada lugar. Le encanta mirarse y sentirse, disfruta el lenguaje de su
cuerpo.
Circunda el clímax con sus ojos y
se humedece con sus recuerdos. Su mente revuela en las evocaciones de otros
tiempos o en las ideas que pasan por su cabeza en algunos momentos; su cuerpo
tiembla y su boca pretende repasar un beso.
Sacó del álbum de vivencias lo
que mejor le pareció y lo mezcló con sus deseos, una deliciosa amalgama de
sabores, sensaciones y de sueños.
Más hembra que nunca, tocó su
sexo, sacó de sus instintos un ajuar de aventuras y placeres que nunca se
atrevió ni siquiera pensar y que su cuerpo no había logrado tener en la
realidad.
Cerró sus ojos y se dejó llevar
por un placer que recorría sus entrañas y que inundaba su cerebro.
Rozaba
ligeramente su clítoris con las yemas de los dedos, apretaba sus muslos,
pronunciaba palabras que ni siquiera se había atrevido a murmurar en presencia
de nadie. Y sus dedos instantáneamente se aceleraban, en círculos cada vez más
amplios, cada instante más húmedos, cada vez más profundos…
Abrió sus ojos y se observó
sonreír. Aún con el aliento acelerado, con su corazón latiendo en su garganta y
la mirada perdida, se enamoró de su figura en el espejo.
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