jueves, 24 de abril de 2014

EL HUESO

El sol de la tarde refrescaba el viento frío de agosto, en la calle se habían colocado las banquitas de madera que hacían las veces de porterías para el partido de fútbol, se midieron doce pasos desde el centro a cada portería y se determinó que el que reciba el primer gol debía quitarse la camiseta.  Los rayos se reflejaban en la vitrina del almacén de motos dándole al lugar una luz adicional; tres para tres y le encimamos al negro, se oyó al final de la calle donde habían acabado de colgar la malla de cabuya a la portería de occidental. Se hicieron los dos equipos el uno con los tres mejores jugadores de la cuadra y el otro con los cuatro niños que intentaban no dejarse ganar.

La tarde de jueves en pleno centro de la ciudad no era obstáculo para este evento deportivo, cuando iba a pasar un vehiculo se gritaba “carro”, se movían las porterías, se hacían a un lado los jugadores y se repetía el procedimiento tantas veces sea necesario; rodó el balón que era un sobreviviente de mil batallas, de color gris donde antes fue blanco y gris mas oscuro donde antes fue negro y de uno de los parches se asomaba parte de la vejiga anaranjada como un chichón a punto de reventarse, se pactó la contienda a diez goles, a los cinco para hacer cambio de cancha y si se empataba a ocho se iba a once goles.

Pasaron casi 10 minutos y ninguno de los dos equipos había abierto el marcador, al contrario de lo pensado el equipo de “los malos” se defendía como gato patas arriba, no dejaba que los tres cracks se juntaran y habían llegado en un par de ocasiones con posibilidades de gol.  Carro, carro… gritó uno de los tres y se paró el juego para que pasara el volskwagen escarabajo negro del señor de la casa en frente y "los buenos” aprovecharon para cambiar su táctica de juego en el tiempo en que el señor se cuadro frente a la casa, bajo del carro, arreglo su sobrero de paño, abrió el portón de madera del garaje, colocó los soportes a las puertas, volvió a arreglarse el sombrero, se subió al carro, entró al garaje y cerró las puertas.

Inmediatamente se reanudó el juego “los buenos” que jugaban con la ventaja de la inclinación de la calle, abrieron el marcador porque el arquero de peligro de “los malos” aun estaba fuera del campo de juego, esto fue como una maldición porque en el transcurso de los siguientes cinco minutos el marcador era tres a cero.

La cara sudorosa y las mejillas rubicundas de los niños determinaban que el juego era en serio, “los malos” ni siquiera sintieron el golpe del viento en sus cuerpos y al contrario, sin camiseta, se sentían más frescos. El balón se había ido a la esquina de abajo en un par de ocasiones y al arquero de peligro le tocaba por ley ir a recogerlo. "Los malos" habían recuperado la iniciativa tanto que no se dejó esperar un pase profundo hacia el puntero izquierdo que terminó en la red contraria poniendo el marcador tres a uno y los ánimos caldeados porque eso era una afrenta para quienes debían ganar sin duda alguna. El partido se puso más interesante cuando aprovechando un descuido de “los buenos”, se marcó el tres a dos con un pase magistral del arquero de peligro al gordo quien en su posición de “güevero” solo empujo la esférica al fondo de la red. Que golazo…

Entre “los buenos” reinaba el desconcierto, se hacían reclamos y se echaban culpas, mientras “los malos” se abrazaban, ya se habían apoderado de la calle-cancha, no se dejaron amedrentar, estaban poseídos por el dios del fútbol. Rolando recibió una patada rabiosa porque se le ocurrió hacer una bicicleta en una finta fenomenal que no fue bien recibida por uno de estos cracks. Se cobró la falta y el juego se empato a tres goles. Para este momento del partido los mecánicos del almacén de motos tenían una improvisada tribuna en uno de los andenes  y animaban a los jugadores o se reían a carcajadas por las jugadas de los chicos. Pero “los buenos” en un momento de inspiración con un par de jugadas calculadas y con rabia, lograron desequilibrar el marcador y más aún, forzar el cambio de cancha con un cinco a tres.

Inmediatamente se pasaron de cancha y se reanudó el partido, “los buenos” empezaron a recobrar su posición  de favoritos pero “los malos” no se amilanaron ante las jugadas y a la falta de fundamentación técnica le pusieron la entrega, las ganas y el amor propio que les hacia sentir que podían empatar y por qué no, ganar. Rolando, El Gordo, Andrés y El Negro estaban ahora calle arriba y esa inclinación debía ser una ventaja. Sin proponérselo empezaron a minar las fuerzas físicas  de los tres jugadores contrarios pegándole a la pelota con fuerza calle abajo y ellos tenían que correr de tras ella para evitar que cruzara la calle, pues un carro podía acabar reventándola.

Que te pasó guevón grito uno de los crack cuando ante un mal saque el gordo volvió a abrir el marcador, cinco a cuatro, el ambiente era de final de copa América. Los obreros tuvieron que retirarse porque el jefe de talleres salió vociferando, pero él se quedó mirando el juego, cuando la pelota casi le pega en un tiro directo, directo al vidrio del almacén. Por  fortuna el balón estaba tan gastado, que lo que se estrelló fue la vejiga inflada y solo rebotó sobre el inmenso vidrio, pero el estruendo fue de tamañas proporciones, tanto que doña Berta la dueña del almacén salió a regañar a voz en cuello.

El arquero de peligro de “los malos lanzó” con su mano la pelota y Andrés alcanzó a empatar ese partido en un tiro entre las piernas de su contrincante, mientras doña Berta refunfuñaba el Jefe del taller grito ¡GOOLL¡ y se metió corriendo antes de que su jefa lo acabe de gritar. Eso era un partido digno de ser televisado el empate se negaba a romper. Uno de los crack gritaba con el balón en su mano, que la próxima pelota que tiren abajo la van a traer ustedes y se limpiaba la cara llena de sudor.

Dos goles vinieron a mantener el empate y la tarde se iba tornado rojiza, seis a seis, del fondo de la calle se oyó la sentencia: El último gol gana, porque me toca ir a hacer tareas.

El negro salía de su portería de arquero de peligro, cuando un grito se multiplico por toda la calle: ¡EL HUESO¡ El Hueso era el loco del barrio un hombre de mediana estatura, vestido con ropa raída, de ruana un pedazo de cobija, con un costal y de sombrero un pedazo de balón de basquetbol; que echaba madrazos y hasta correteaba a quienes le dijeran “Hueso”, todos, grandes y niños le tenían miedo al Hueso, pero el negro no escucho el grito, ni siquiera se percató que todos corrieron calle abajo porque él solo tenía ojos para el balón. El gol del triunfo entró en la portería y levantó las manos viendo a todos cruzar la esquina a toda velocidad.


Una sombra lo cubrió desde su espalda hasta más allá de la portería, quedó petrificado del miedo y una voz ronca le dijo: Cuando yo vivía en Pereira era el jugador más bueno, yo en el ejército pa’l futbol era buenísimo… y continúo su camino buscando a los chiquillos que le habían gritado HUESO.
Jorge Narváez C.

7 comentarios: