El sol de la tarde refrescaba el viento frío de
agosto, en la calle se habían colocado las banquitas de madera que hacían las
veces de porterías para el partido de fútbol, se midieron doce pasos desde el
centro a cada portería y se determinó que el que reciba el primer gol debía
quitarse la camiseta. Los rayos se
reflejaban en la vitrina del almacén de motos dándole al lugar una luz adicional;
tres para tres y le encimamos al negro, se oyó al final de la calle donde
habían acabado de colgar la malla de cabuya a la portería de occidental. Se
hicieron los dos equipos el uno con los tres mejores jugadores de la cuadra y
el otro con los cuatro niños que intentaban no dejarse ganar.
La tarde de jueves en pleno centro de la ciudad no
era obstáculo para este evento deportivo, cuando iba a pasar un vehiculo se
gritaba “carro”, se movían las porterías, se hacían a un lado los jugadores y
se repetía el procedimiento tantas veces sea necesario; rodó el balón que era
un sobreviviente de mil batallas, de color gris donde antes fue blanco y gris
mas oscuro donde antes fue negro y de uno de los parches se asomaba parte de la
vejiga anaranjada como un chichón a punto de reventarse, se pactó la contienda
a diez goles, a los cinco para hacer cambio de cancha y si se empataba a ocho
se iba a once goles.
Pasaron casi 10 minutos y ninguno de los dos
equipos había abierto el marcador, al contrario de lo pensado el equipo de “los
malos” se defendía como gato patas arriba, no dejaba que los tres cracks se
juntaran y habían llegado en un par de ocasiones con posibilidades de gol. Carro, carro… gritó uno de los tres y se paró
el juego para que pasara el volskwagen escarabajo negro del señor de la casa en
frente y "los buenos” aprovecharon para cambiar su táctica de juego en el
tiempo en que el señor se cuadro frente a la casa, bajo del carro, arreglo su
sobrero de paño, abrió el portón de madera del garaje, colocó los soportes a
las puertas, volvió a arreglarse el sombrero, se subió al carro, entró al
garaje y cerró las puertas.
Inmediatamente se reanudó el juego “los buenos”
que jugaban con la ventaja de la inclinación de la calle, abrieron el marcador
porque el arquero de peligro de “los malos” aun estaba fuera del campo de
juego, esto fue como una maldición porque en el transcurso de los siguientes
cinco minutos el marcador era tres a cero.
La cara sudorosa y las mejillas rubicundas de los
niños determinaban que el juego era en serio, “los malos” ni siquiera sintieron
el golpe del viento en sus cuerpos y al contrario, sin camiseta, se sentían más
frescos. El balón se había ido a la esquina de abajo en un par de ocasiones y
al arquero de peligro le tocaba por ley ir a recogerlo. "Los malos" habían
recuperado la iniciativa tanto que no se dejó esperar un pase profundo hacia el
puntero izquierdo que terminó en la red contraria poniendo el marcador tres a
uno y los ánimos caldeados porque eso era una afrenta para quienes debían ganar
sin duda alguna. El partido se puso más interesante cuando aprovechando un
descuido de “los buenos”, se marcó el tres a dos con un pase magistral del
arquero de peligro al gordo quien en su posición de “güevero” solo empujo la
esférica al fondo de la red. Que golazo…
Entre “los buenos” reinaba el desconcierto, se
hacían reclamos y se echaban culpas, mientras “los malos” se abrazaban, ya se
habían apoderado de la calle-cancha, no se dejaron amedrentar, estaban poseídos
por el dios del fútbol. Rolando recibió una patada rabiosa porque se le ocurrió
hacer una bicicleta en una finta fenomenal que no fue bien recibida por uno de
estos cracks. Se cobró la falta y el juego se empato a tres goles. Para este
momento del partido los mecánicos del almacén de motos tenían una improvisada
tribuna en uno de los andenes y animaban
a los jugadores o se reían a carcajadas por las jugadas de los chicos. Pero “los
buenos” en un momento de inspiración con un par de jugadas calculadas y con
rabia, lograron desequilibrar el marcador y más aún, forzar el cambio de cancha
con un cinco a tres.
Inmediatamente se pasaron de cancha y se reanudó
el partido, “los buenos” empezaron a recobrar su posición de favoritos pero “los malos” no se
amilanaron ante las jugadas y a la falta de fundamentación técnica le pusieron
la entrega, las ganas y el amor propio que les hacia sentir que podían empatar
y por qué no, ganar. Rolando, El Gordo, Andrés y El Negro estaban ahora calle
arriba y esa inclinación debía ser una ventaja. Sin proponérselo empezaron a
minar las fuerzas físicas de los tres
jugadores contrarios pegándole a la pelota con fuerza calle abajo y ellos tenían
que correr de tras ella para evitar que cruzara la calle, pues un carro podía
acabar reventándola.
Que te pasó guevón grito uno de los crack cuando
ante un mal saque el gordo volvió a abrir el marcador, cinco a cuatro, el
ambiente era de final de copa América. Los obreros tuvieron que retirarse
porque el jefe de talleres salió vociferando, pero él se quedó mirando el juego,
cuando la pelota casi le pega en un tiro directo, directo al vidrio del almacén.
Por fortuna el balón estaba tan gastado,
que lo que se estrelló fue la vejiga inflada y solo rebotó sobre el inmenso
vidrio, pero el estruendo fue de tamañas proporciones, tanto que doña Berta la
dueña del almacén salió a regañar a voz en cuello.
El arquero de peligro de “los malos lanzó” con su
mano la pelota y Andrés alcanzó a empatar ese partido en un tiro entre las
piernas de su contrincante, mientras doña Berta refunfuñaba el Jefe del taller
grito ¡GOOLL¡ y se metió corriendo antes de que su jefa lo acabe de gritar. Eso
era un partido digno de ser televisado el empate se negaba a romper. Uno de los
crack gritaba con el balón en su mano, que la próxima pelota que tiren abajo la
van a traer ustedes y se limpiaba la cara llena de sudor.
Dos goles vinieron a mantener el empate y la tarde
se iba tornado rojiza, seis a seis, del fondo de la calle se oyó la sentencia:
El último gol gana, porque me toca ir a hacer tareas.
El negro salía de su portería de arquero de
peligro, cuando un grito se multiplico por toda la calle: ¡EL HUESO¡ El Hueso
era el loco del barrio un hombre de mediana estatura, vestido con ropa raída,
de ruana un pedazo de cobija, con un costal y de sombrero un pedazo de balón de
basquetbol; que echaba madrazos y hasta correteaba a quienes le dijeran “Hueso”,
todos, grandes y niños le tenían miedo al Hueso, pero el negro no escucho el
grito, ni siquiera se percató que todos corrieron calle abajo porque él solo
tenía ojos para el balón. El gol del triunfo entró en la portería y levantó las
manos viendo a todos cruzar la esquina a toda velocidad.
Una sombra lo cubrió desde su espalda hasta más
allá de la portería, quedó petrificado del miedo y una voz ronca le dijo: Cuando
yo vivía en Pereira era el jugador más bueno, yo en el ejército pa’l futbol era
buenísimo… y continúo su camino buscando a los chiquillos que le habían gritado
HUESO.
Jorge Narváez C.
:') Bueno muy bueno (y)
ResponderBorrarGracias
BorrarGracias amigo Jorge Alberto. Desde el taller de escritura creativa "Árbol Nómada" de la Pinacoteca de la Gobernación de Nariño le deseamos muchos éxitos en su creación literaria.
ResponderBorrarbuenisimo.. BUENISIMO.... FELICTACIONES
ResponderBorrarGracias
BorrarBUENA ESA GUESO...!
ResponderBorrarGracias
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