Los botones están cayendo,
ruedan por el piso de madera. Los botones están cayendo de la cama, mientras
ríes hasta quedar sin aliento, carcajada que contagia y que cautiva. Tu blusa
se desliza por tu espalda y tus pechos se levantan desafiantes.
La tarde es fría allá en la
calle, la gente camina apresuradamente, huyen del frío, de las gotas de lluvia,
de los autos apiñados en calles estrechas y maltrechas. A lo lejos el sonido de
una radio que trasmite un programa de variedades y el silbido del conserje del
hotel llevando o trayendo, no me importa.
En la calle la gente deambula
y caminan mascullando pesadumbres, sueños rotos, casividas, pensamientos
absortos, luchas a medias, desesperanzas ajadas por las oraciones sin dueño. Yo
en cambio miro tu pezones surgiriéndose al borde del encaje negro, oigo tu
risa, contemplo tu figura que embelesa, tu cabello suelto y pendenciero, los
hombros, los brazos que sostienen tu cuerpo en esa cama, el pliegue de tu falda
y otra vez tu risa.
Sirvo un vaso de vino tinto y seco,
lo escogiste junto al queso que me brindas en la boca de tu boca, mezclo
sabores y colores en mi boca y en mis ojos, espero de tus labios un “te
quiero”, así se note en los ojos que lo gritas. Esa tonta forma de asegurar con
las palabras, como si los lenguajes de tu cuerpo no hicieran estrofas con
gestos, formas y brillo en la mirada.
Tus botas de tacón han
terminado al pie de la puerta, lanzadas por tus piernas como un acto de
insubordinación y de desprendimiento, yo te miro sin cruzar palabra alguna,
otro sorbo de vino entre mi boca para inundar mi paladar y pintar en mi mente
tu figura.
Cómo puede la gente vagar por
ahí con el corazón vacío, con los ojos mirando en vano, con las manos tocando
sin caricia, cómo el 99% de sus vidas se gozan sin goce la delicia de una tarde
como esta. Corren a pagar sus deudas o a endeudarse más aun, saltan los charcos
de la calle, cubren sus miserables cuerpos de la lluvia que igual los moja.
El cierre de cobre a un lado
de tu falda se desata una vez desabotonas el botón del ojal en tu cintura,
entonces te pones de píe y queda frente a mí, piel, encaje y bisutería,
esa risa de niña que me trasporta y maravilla.
Saltas de la cama y prendes un
televisor que pende de la pared frente a la puerta y tomas de un bocado la copa
de vino, se escapa una gota de tus labios y yo la miro con deseo, quiero ser
esa gota rodándose en tu rostro, cayendo en medio de tus senos y volviéndome
uno en tu cuerpo.
En otros tiempos nos hubieran
llevado hacia la hoguera, nos hubieran lanzado a los leones hambrientos o
resultado de un pogromo medieval, la masa indolente nos hubiera lapidado hasta
dejar una mancha inerte en el andén de enfrente. Tanto goce y felicidad genera
rechazo y envidia. Aún hoy, en estos tiempos de fatua libertad, nos debemos
esconder en un rincón como este cuarto donde puedo mirarte con las manos y
desnudarte con los ojos, sin temor a ser presa de una inquisición contemporánea
y nauseabunda.
Comienzas a hablarme dejándote
caer sobre la cama suavemente, hay algo mágico en ese momento de elocuencia, me
llevas a otra dimensión cuando tu mano delgada se posa entre mis piernas. Me
hablas con esa voz de niña mimada y me acaricias como la mujer que se desliza hasta mi cuerpo.
Pasándote la mano suavemente,
desenredo tu frondosa cabellera, avanzando al extremo sur de tu espalda, acariciándote,
escuchándote como si estuviera ante el discurso de mi vida. Alcanzo tu nariz
con mi mano, paso la palma por tus mejillas, aumentando con el tiempo la
presión de la sangre y el ritmo del pulso en mis venas.
Ahora el mundo me resbala,
aquella rosa escapada del jardín me tiene atrapado por completo, puede acabarse
el mundo en este instante, caer la luna en medio del océano, romperse seis de
los siete sellos, converger en el universo otro big bang. Nada rompería ese momento, ella echada en esa
cama, yo en completa comunión con sus ojos y en frecuencia con sus labios que
murmuran mientras se acercan; esa fragancia que narcotiza el tiempo y espacio,
esas manos que se apropian de mi por etapas que me recorren en descargas por
mi espina dorsal, completan lo más cercano a la perfección y al cielo.
No supe como quede desnudo
ante tus ojos, incluso no se en que momento encontraste la precisa manera de leerme,
sin mediar palabra descubría, sin decirnos nada cumplíamos a pie juntilla.
Afuera las nubes y la lluvia, la gente y sus dilemas, la ciudad con todos sus
enredos; adentro la fineza de porcelana antigua, el fresco de un pintor aun sin
terminar, los sentidos y las sensaciones emanan de mí como cuando se me ocurren las mejores ideas y
aun así, no atino a descifrar el porqué de mi sentimiento de indefensión ante
tus ojos.
Mientras recorro tus caminos
se va alejando la cruda realidad, la guerra, la muerte, los problemas. Y el
mundo cobra la dimensión de la obra perfecta del dios de nuestros padres, se me
ocurre que estoy lejos de esa calle tras el muro.
Las mejores ideas me resultan en tu piel, el pasado y el futuro ya no existen, bebo de tu vino y creo como acto de fe que un corazón lleno de amor es suficiente.
Las mejores ideas me resultan en tu piel, el pasado y el futuro ya no existen, bebo de tu vino y creo como acto de fe que un corazón lleno de amor es suficiente.
Corre por mi cuerpo solo la
existencia contada a partir del momento en que arrancaste los botones de tu
blusa, retumba el sonido de los botones cayendo en el piso, rodando hasta la
puerta, los miro de reojo mientras duermes abrazada a mí, los ojos cerrados, la
noche adornada por la luna llena, afuera ha dejado de llover y yo en cambio
comienzo a despedirme del cielo para regresar a los caminos fangosos, la gente hermética,
los autos y sus luces y el silencio eterno que aturde hasta el día en que
vuelva a verte.
Jorge Narváez C.
Jorge Narváez C.
Está muy bien escrito.
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