Si esta guerra me da tregua
Si esta guerra, la de los días
vacíos y las noches largas, me da una tregua, correré hacia ti. Cruzaré los
campos desolados, las trincheras de la distancia y el silencio. Volveré a tus
brazos como quien regresa a la única tierra que le pertenece, a esa patria que
se dibuja en la curva de tu cuello, donde las fronteras se evaporan con el roce
de la piel, y el tiempo, ese tirano implacable, se rinde a la calma de tu
respiración.
Voy a buscarte. Lo juro.
Atravesaré los kilómetros que ahora parecen montañas imposibles. Cerraré los
ojos y, en ese acto de fe, estaré allí, a tu lado. Oleré la fragancia que
dejaste en la almohada, esa huella invisible que me acompaña cada noche,
recordándome que tu presencia es mi único refugio, mi único abrigo en este
mundo frío. Tus brazos serán mi puerto, y en ese espacio sagrado entre tus
manos y mi rostro, no habrá miedo, ni guerra, ni olvido.
Acariciaré tus manos, esas que
saben de amores antiguos y de batallas ganadas. En cada roce, encontraré la
miel que tanto ansía mi sed, la dulzura que calma el hambre de todo lo que
falta. Porque tú, amor, eres el río que atraviesa mis venas, el agua que nunca
se detiene, y yo, simplemente, me dejo llevar, sin resistencia, sin prisa.
Cuando esa tregua llegue, iré a
buscar el fuego de tus labios. Ese fuego que arde en medio de la tormenta, que
ilumina los días más oscuros. Y en ese abrazo, el mundo, tan grande y tan
ajeno, se hará pequeño, se hará nuestro. Ya no habrá guerras por pelear, ni
miedos que me paralicen. Si tú me esperas, no habrá batalla que no pueda
librar, ni herida que no se cure.
Con el eco de tu amor resonando
en mi pecho,
Siempre tuyo.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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