Señora.
No voy a negar que estoy perdidamente enamorado de usted. No es necesario que se lo diga, pero quiero repetirlo una y otra y otra vez.
Me enamoré de cada hecho, de cada cosa, de la sinrazón misma que grita a los cuatro vientos que entre usted y yo no puede haber nada. Claro que la amo, cómo no podría hacerlo si usted me alegra la existencia con solo respirar el mismo aire que respiro, si cada espacio que copa le da razón a mi vida, tan simple y tan aburrida antes de que se tome por asalto con su risa mi tiempo y mi espacio.
Señora hermosa, nada ni nadie puede explicar por qué la amo tanto, tampoco quiero explicaciones, razones que le den valor a lo que siento, sólo lo siento, vibra en mis células, es un shock eléctrico recorriendo cada milímetro de mi ser. Estoy seguro que usted es el resultado del deseo, esos deseos que desde niños nos contaban en los cuentos de hadas y de lámparas maravillosas, es usted el mejor de los ejemplos de que uno encentra lo que realmente desea.
Yo a usted la desee con tanta devoción que por fin apareció. Yo la desee con toda el alma, la desee en cada mujer que pasó por mi vida, la desee en cada canción que escuché y me hizo temblar de emoción, la desee con mi cuerpo desde que tengo uso de razón. Insisto, usted es mi sueño hecho realidad o al menos lo más parecido a ese sueño.
Quiero en estas notas dejar constancia que usted es el resultado del deseo, de todas las manifestaciones del deseo, desde el más simple y diáfano, hasta aquel que me consume en el fuego propio de esas ganas de tenerla entre mis brazos una y otra y otra y otra vez y un vez más.
Ayer la miré pasar y me quedé esperando que voltee su cara, pensé que desear que me mire era suficiente, esta vez no pasó. Usted corrió al taxi en medio de la lluvia, yo traté de gritar su nombre y alcanzarla pero fue demasiado tarde.
Ayer me quedé con su figura dando vueltas en mi mente, cuanto deseo no desear tanto tenerla. Me duele esta soledad y este deseo de usted. Me duele no verla.
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