Señora
Que dulce fue esta tarde entre sus brazos. Nada podría ponerme más alegre que verla, que poder desabotonar su blusa con toda la paciencia y reír a carcajadas por sus ocurrencias. Me enamoro cada día más de su inteligencia expresada en su sarcasmo y en esa ironía con la que comenta, alguien me dijo alguna vez que ese toque de soberbia era necesario en una mujer y en usted lo he venido a comprobar.
Verla caminar desnuda mientras conversaba de sus sueños y saltar a mis brazos fue lo más hermoso que he vivido, quiero confesarle que me sentí en el cielo. La suavidad de su piel, el brillo de sus ojos y ese color de su pelo suelto y libre me enamoran cada vez más, nunca imagine estar tan enamorado, tan ilusionado, tan prendado de alguien que la verdad me duele. Me asusta amarla tanto porque sé que me va a doler algún día, pero mientras eso pasa, que delicia estar la tarde enredado en usted.
Todavía huelo a usted, mi lengua recuerda sus dientes y el calor de su boca, mis manos saben a usted. Cierro mis ojos y la veo allí parada mirándome con esa picardía que me eleva al cielo, que me lleva a otra dimensión. La amo porque me desnudó con su sonrisa y porque me conectó para siempre a su mirada.
La amo porque hace que estos días sean únicos, especiales, maravillosos; porque cuando la toco siento que su piel es mi vida y en cada rincón de su cuerpo mi cuerpo encontró la razón de ser y de existir.
La amo porque sé que me ama y porque definitivamente no puedo vivir sin usted.
Posdata: Tengo en mis manos su guante, huele a su perfume me recuerda sus pequeños dedos delgados y tersos y la manera en que me acaricia cuando se deja llevar por el deseo.
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