Mujer.
Esta mañana recordaba la noche en
que te dije cuanto te amo, había luna llena, como esta noche. La luna alarga la
sombra del árbol frente a mi ventana, hace brillar el jarrón de agua en la
mesita de noche y torna plateados los recuerdos.
No has vuelto a escribir hace un
par de semanas y yo ya he leído hasta aprenderme las cuatro cartas que me has
enviado desde que nos escribimos. No quiero molestarte, o tal vez si, si es que
es molesto pedirte que me escribas, ya que verte cada vez se torna más lejano.
He entrado en un periodo de
tranquilidad, es como si el lago se hubiera aquietado tras el sacudón de la
caída de una enorme piedra, las ondas recorrieron todo mi ser, pero han llegado
a la quietud. Por eso deje de escribirte hace varios días. A esa impetuosa
necesidad de escribir para ti, que me embargó desde el día que te fuiste la
ultima vez, le han seguido unos días de una modorra literaria. Pero es este
letargo en el que he caído, es el que me ha dado la tranquilidad de volverte a
escribir.
He empezado a entender el ritmo
de los tiempos, los de ahora, sobre todo tus tiempos, pero más aún he empezado
a no desesperarme más por mis tiempos. Cuando te dije que te amaba, no fue para
nada una sentencia. Se que en esta sociedad el amor es una carga; sobre todo
para quienes las reciben. Un “yo te amo” es un rótulo que quema como un
herrete, una marca de fuego que se debe cargar, que se debe sufrir, ojala para
siempre.
Mi amor, lo digo repetidas veces
así parezca un eco, es un canto de alabanza a la libertad. No es fácil de
entender, ni siquiera para mí. Hay noches en las cuales despierto y me exijo a
mi mismo escribirte una “orden” de regreso, pero al amanecer entiendo la
belleza de esta soledad en la cual te espero. Créeme, si me enamoré de ti, es
porque nos parecemos en muchas cosas, no solo por el impetuoso deseo o por la
desbordante alegría que nos deparamos. Si te amo es porque alcanzamos a
entender el valioso precio de la libertad.
Sé entonces a quien yo amo, por
qué te amo y cuanto disfruto de ese amor.
Eres impetuosa, en eso te pareces
también a mí. Eres como yo a la edad que tienes hoy, decidida a jugarte la vida
misma por amor y a jugarte el amor por ser libre, por lo cual no puedo ser
inferior a este reto.
Justo hoy, hace tres meses, en una noche de luna llena,
debajo de este techo, en esta cama, con una copa de vino en cada mano, te juré
que te amaría para siempre, así el “para siempre” sea fugaz o momentáneo. Esa
noche llovía a cantaros y nosotros éramos una hermosa fogata que encendida
crepitaba al contacto de nuestros cuerpos. Me gusta recordar los pasajes que me
trae esta luna. Embriagarme de recuerdos es una forma de mantenerme cuerdo a
pesar de tanta ausencia.
Esa noche de luna llena, allí en
la mesita de noche, te sentaste desnuda a cantar con tu copa en la mano; tus
nalgas dejaron dibujado un corazón en el vidrio y yo lo recalqué con un
marcador a la mañana siguiente. Me dejaste firmando esa figura y le pusiste un
beso con tu labial rojo intenso. No tengo una fotografía tuya, pero tengo esa
marca indeleble que no debo cargar, que es al contrario una marca que me hace
volar, que me catapulta al infinito, a la libertad de amarte así sea en este
tiempo de espera, este tiempo de espera que alumbra la luna llena y un corazón
pintado sobre un vidrio. Yo le coloqué el jarrón de vidrio con agua que cambio
cada mañana y una rosa roja que lleva allí una semana, quiero recordar la rosa
que Saint-Exupéry le pinta al Principito.
Te amo. Si. Como sólo puede amar
un loco enamorado del amor. Un loco libre, libertario, bajo la luz dulce de la
luna llena, con el sabor de tus labios en la memoria de mi cuerpo, con la
pasión que crece y se acumula para cuando regreses a despedirte de mi de nuevo.
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