lunes, 6 de octubre de 2014

CARTA No.6



Mujer.



Esta mañana recordaba la noche en que te dije cuanto te amo, había luna llena, como esta noche. La luna alarga la sombra del árbol frente a mi ventana, hace brillar el jarrón de agua en la mesita de noche y torna plateados los recuerdos.



No has vuelto a escribir hace un par de semanas y yo ya he leído hasta aprenderme las cuatro cartas que me has enviado desde que nos escribimos. No quiero molestarte, o tal vez si, si es que es molesto pedirte que me escribas, ya que verte cada vez se torna más lejano.



He entrado en un periodo de tranquilidad, es como si el lago se hubiera aquietado tras el sacudón de la caída de una enorme piedra, las ondas recorrieron todo mi ser, pero han llegado a la quietud. Por eso deje de escribirte hace varios días. A esa impetuosa necesidad de escribir para ti, que me embargó desde el día que te fuiste la ultima vez, le han seguido unos días de una modorra literaria. Pero es este letargo en el que he caído, es el que me ha dado la tranquilidad de volverte a escribir.



He empezado a entender el ritmo de los tiempos, los de ahora, sobre todo tus tiempos, pero más aún he empezado a no desesperarme más por mis tiempos. Cuando te dije que te amaba, no fue para nada una sentencia. Se que en esta sociedad el amor es una carga; sobre todo para quienes las reciben. Un “yo te amo” es un rótulo que quema como un herrete, una marca de fuego que se debe cargar, que se debe sufrir, ojala para siempre.



Mi amor, lo digo repetidas veces así parezca un eco, es un canto de alabanza a la libertad. No es fácil de entender, ni siquiera para mí. Hay noches en las cuales despierto y me exijo a mi mismo escribirte una “orden” de regreso, pero al amanecer entiendo la belleza de esta soledad en la cual te espero. Créeme, si me enamoré de ti, es porque nos parecemos en muchas cosas, no solo por el impetuoso deseo o por la desbordante alegría que nos deparamos. Si te amo es porque alcanzamos a entender el valioso precio de la libertad.



Sé entonces a quien yo amo, por qué te amo y cuanto disfruto de ese amor.



Eres impetuosa, en eso te pareces también a mí. Eres como yo a la edad que tienes hoy, decidida a jugarte la vida misma por amor y a jugarte el amor por ser libre, por lo cual no puedo ser inferior a este reto.



Justo hoy, hace tres meses, en una noche de luna llena, debajo de este techo, en esta cama, con una copa de vino en cada mano, te juré que te amaría para siempre, así el “para siempre” sea fugaz o momentáneo. Esa noche llovía a cantaros y nosotros éramos una hermosa fogata que encendida crepitaba al contacto de nuestros cuerpos. Me gusta recordar los pasajes que me trae esta luna. Embriagarme de recuerdos es una forma de mantenerme cuerdo a pesar de tanta ausencia.



Esa noche de luna llena, allí en la mesita de noche, te sentaste desnuda a cantar con tu copa en la mano; tus nalgas dejaron dibujado un corazón en el vidrio y yo lo recalqué con un marcador a la mañana siguiente. Me dejaste firmando esa figura y le pusiste un beso con tu labial rojo intenso. No tengo una fotografía tuya, pero tengo esa marca indeleble que no debo cargar, que es al contrario una marca que me hace volar, que me catapulta al infinito, a la libertad de amarte así sea en este tiempo de espera, este tiempo de espera que alumbra la luna llena y un corazón pintado sobre un vidrio. Yo le coloqué el jarrón de vidrio con agua que cambio cada mañana y una rosa roja que lleva allí una semana, quiero recordar la rosa que Saint-Exupéry le pinta al Principito.



Te amo. Si. Como sólo puede amar un loco enamorado del amor. Un loco libre, libertario, bajo la luz dulce de la luna llena, con el sabor de tus labios en la memoria de mi cuerpo, con la pasión que crece y se acumula para cuando regreses a despedirte de mi de nuevo.

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