martes, 12 de junio de 2018

ENCUENTROS

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ENCUENTROS
I
Un hombre que aparenta estar perdido, voltea a verte. Te mira de pies a cabeza tras sus gafas oscuras y aprovecha la llovizna para aparentar mirar hacia otro lado. Con andar pausado te sigue y te mira desde el otro lado del andén y te recorre de nuevo.
Te has dado cuenta que te miran, pero aún no sabes desde donde, es ese peso de la mirada en la espalda, ese recorrer en la columna vertebral que se siente poco a poco. Se escucha que viene un automóvil que salpica el agua que se empoza en los rincones de la calle, el hombre cruza la calle y lo ves por primera vez.
Dos jóvenes te saludan desde la otra esquina y sonríes a pesar del golpe de las gotas en tu cara, él te mira como si no existiera nadie más en este mundo, quería hablarte, pero esta vez tampoco se pudo, que importa si al fin y al cabo ya ha esperado mucho tiempo.

II

Entre empujones y arrimones entras a la cafetería, hoy hace sol, pero el viento frío es insoportable. Miras el reloj de Micky Mouse y arreglas el gorro de lana que cubre tu cabeza dejando parte de tu capul en tu frente. Te sientas en la primera mesa que encuentras desocupada, de nuevo la mirada en la espalda, la sientes, pero no te molesta, solo sabes que está allí y pides un café late y unas galletas mientras disfrutas esas caricias que sabes él te está dando con sus ojos.
Sacas de tu bolso un espejo redondo y pequeño y miras tus pestañas y lo ves allí, sentado en la mesa del rincón, su cara, sus ojos, sus labios. Sonríes, te gusta que te mire y te gusta mirarlo.

III

Las miradas entre los dos son obvias. Se van conociendo en cada sorbo que le das a ese café y él no puede pasar de la mirada furtiva a esa admiración que es casi cursi para un hombre de su edad.
De la puerta entreabierta de la cafetería emerge una chica que da un grito al verte, la estabas esperando, pero no puedes sentir cierto malestar al intuir que se quedará mucho tiempo, que evitará que él se acerque y que alargará por más tiempo la posibilidad de mirarlo a los ojos y oler a que huele.
Acabas las migas de las galletas humedeciendo las puntas de tus dedos y mientras te llevas a la boca tu bocado, él sonríe por primera vez, no puede dejar de mirarte y tú lo sabes.

IV

Caminas la calle en penumbra, te preguntas por qué hace tanto frío. Sacas del bolso un par de guantes de lana color arcoíris y soplas intentando abrigar tus dedos con el vapor de tu respiración. Que ganas de un cigarrillo, piensas, pero hace un tiempo dejaste de fumar, la nicotina mancha los dientes te dices murmurando y sonríes otra vez.
Perdón, te dice con voz decidida, hace tiempo que vengo mirándola y no aguanto más, quiero conocerla. Ya es de noche y en la calle la gente pasa lo más rápido que puede porque el viento helado quema los rostros y acelera los pasos. Tu corazón late como un tambor, el huele a la loción de tu padre y tiene las manos largas y perfectamente arregladas. Lo miras a los ojos y le sonríes.
¿Sabe una cosa? Su sonrisa es como música, me di cuenta de eso la primera vez que la vi.
No sabes que decirle tu sonrisa es lo único que puedes expresar, como en las películas cursis de los años 40, en blanco y negro te sientes en esa calle a media luz. Es una escena de un tango, tal vez de un bolero, piensas y lo miras.

V

La calle y el frío fueron testigos de ese encuentro casual, las puertas y esas cortinas doradas fueron testigos del verdadero encuentro.


El sabor a mandarina de tu sexo que llenó su boca y el sabor dulce de su piel en tus papilas te llevaron hasta el cielo. Nunca nadie había gozado tanto de otro, hasta será pecado, diría tu tía si supiera que placentero es este encuentro.


Lo que te excita aún más, es imaginar a la gente allá afuera, caminando a saltos entre los charcos y los carros, temblando de frío, huyendo de las gotas inclementes, mientras tu acaricias y te dejas acariciar, en cada centímetro del cuerpo, encada poro, en cada rincón, encada sueño.

Jorge Narváez C.

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