VIERNES DE LLUVIA
La
lluvia siempre ha tenido un efecto relajante sobre mí, aun en momentos en que
me toma por asalto en medio de la ciudad y me empapa totalmente. En ciertas
ocasiones cuando niño me sentaba en el umbral de la puerta esperando que se
formen los riachuelos en los filos de los andenes de la calle, sentía como
salpicaba la brisa en mi rostro, la humedad del aire entrando por mi nariz y al
alzar la mirada me encantaba ver como caían las gotas y como se iban opacando los ventanales de las casas de enfrente. Entonces mirando los riachuelos
correr, entraba de nuevo a la casa y hacia un barquito de una hoja de cuaderno para
soltarlo en la parte más torrentosa y así lo seguía hasta la alcantarilla de la
esquina, donde daba vueltas en el remolino hasta desaparecer.
Los
techos de las casas de tapia apisonada nos cubrían de esos aguaceros o nos
permitían jugar bajo los chorros que se formaban en algunos agujeros de las
canaletas, dejábamos que el agua nos cubra por completo y entrabamos a la casa
con ese chirrido en los zapatos y la alegría desbordándose. Unas casas más
abajo era el taller del Maestro Lucero, el hojalatero. Quien sentado en su
banquito casi a ras de piso, con sus martillos y sus leznas hacia canaletas y
embudos de hojalata y se reía de vernos saltar a los charcos y de como nos
empujábamos hasta el chorro de agua temblando de frío al contacto del agua. Él
me regaló un pedazo de corcho en forma de balsa, una mañana de sábado, con un
pedazo de alambre como mástil en el cual un triangulito de papel amarillo hacía
las veces de vela principal.
Si
antes de eso esperaba con ansias las nubes sobre el Morasurco, ya es sabido por
todos que cuando se nubla el Morasurco la lluvia es algo seguro; podrás
imaginar como eran mis ansias de lluvia. Entonces salía y esperaba que caigan
las primeras gotas y en un ritual que realizaba con celosa exactitud, cerraba
los ojos, respiraba profundamente y sentía la humedad en mis labios; entraba en
ese momento en que las gotas sonaban estrepitosas en el pavimento y del cajón
de mi nochero sacaba mi nave de corcho. Cuantos riachuelos surcó mi nave, cuantos
chorros de agua salvó en su recorrido y cuantos sueños alentó bajo la lluvia.
Tal vez nada de esto tenga que ver contigo pero esta mañana me levanté temprano
y salí a buscarte, cuando en el camino se desató un aguacero torrencial que me
empapó hasta los huesos. Al principio maldije el estado del tiempo, los carros
veloces que me salpicaban y mis zapatos mojados por fuera y por dentro. Pero se
vino a mi mente el olor del corcho. De repente recordé la felicidad de hace
tanto tiempo, esa que estaba escondida o guardada casi en el olvido y que se
parece tanto a lo que me haces sentir cuando te veo.
Cuando
soy feliz siento un deseo incontenible de contárselo a alguien, de compartirlo
de alguna manera, cuando te encontré descubrí que celebrar contigo ese ritual de la lluvia es lo más hermoso que he podido encontrar para compartir esa
alegría que es como la lluvia en mi cuerpo a los 6 años. Repetir por fin ese
ritual al mirarte con el mismo asombro como miraba las gotas, con la misma impaciencia
con que esperaba ver caer el agua, esperar tu piel desnuda; con la misma
dedicación como respiraba la humedad del aire respirar tu aliento.
Me
gustan tus besos sonoros como lluvia en el pavimento, tus manos que me empapan
con torrencial deseo y tu boca que enjuga mi boca como agua en el desierto o al
menos como debe ser el agua en el desierto.
hermoso la lluvia es también relajante para mi y me gusta ver cuando es torrencial por mi ventana y soñar e imaginarme cosas bonitas...
ResponderBorrarNo soy muy amiga de la lluvia, sin embargo, es una experiencia agradable, sobre todo en los climas tropicales y vaya que la sensación es arrolladora... Un bonito relato. Tienes la magia para hacerlo vivir. Me gusta tu estilo y siempre te sigo.
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