Yo apunté la punta de la lengua justo en ese preciso lugar en el que ella llegó al cielo, en el preciso momento en el que ella quería morir por un momento. Se dejó llevar, sus recuerdos pasaron a segundo plano liberando su alma para un solo motivo, vivir la plenitud de unos segundos de placer eterno.
Sus labios carnosos se apoderaron de mí y mi alma y la suya fueron una por un segundo y para siempre. Arqueó la espalda al compás de un ruido gutural y seco, espasmódico, lento y sintió mi carne dentro de la suya. Se tumbó boca arriba sobre la alfombra, con la vista perdida en las líneas de tiempo grabadas en el techo.
Sentí el calor de su aliento deslizándose en mi rostro y el temblor de su vientre como una danza mística, su manantial me empapó como bautizándome de nuevo. Oí sus gemidos, como una canción al viento y su cuerpo se contrajo, se expandió y cuando menos ella lo esperaba, el universo, la nada y la vida misma, se repartieron hacia el infinito.
Mi cuerpo ya no era mío, ni el de ella era suyo; éramos uno, uno en una hermosa convulsión y un solo sueño.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario