EL AGUJERO
Asomó el ojo por el orificio en
la puerta.
El humo lo cubría todo, el humo y el polvo, y la lluvia ligera de la tarde que caía fuera de la casa sobre el patio de cemento lucido, el humo se filtra amortiguando el resplandor del sol colado entre las nubes, entra también el ruido de los pasos, de las botas y las pisadas abandonadas a su suerte, inmovilizadas finalmente por los hombres que venían de lejos, con acentos raros, con insultos nuevos, sus ojos fijos en ese humo que entra por las hendijas de las ventanas, inmerso en el sonido de las gotas en el techo de lata y el sonido de los árboles sacudidos por el viento.
Aunque aún no sabe la dimensión del peligro, pensó: Arriesgaré una pata fuera del cuarto, quizá ni siquiera me vean, soy tan chiquito que ni siquiera haré ruido.
Fuera de allí, los hombres amarrados en los postes de las cercas tiemblan y se lamentan, como hojas arrastradas por el viento y el agua, a pesar de la lluvia el sol aún da calor al día, y el viento sopla abanicando los estandartes que subían a los árboles los hombres de otras tierras, los mira como asordado por lo que escucha, los gritos y las suplicas, los insultos y las maldiciones. También las imágenes se nublan, tal vez sea el fuego que cada vez crece más, el humo y el polvo, el humo, el polvo y la lluvia.
El olor de hierbabuena y de jazmines,
mezclado con el olor a plátanos maduros fritos y café recién colado; fue
remplazado por un fuerte olor a sangre y chamusquina; los hombres de otras
tierras habían matado la puerca y la pelaban en el patio.
Entró en los olores y a través de
ellos se abrió camino, plantando su huella paso a paso, pegado a los muros, pisando
el suelo como un gato, su nariz estremecida por el humo, entre los olores y el
llanto, se revuelven con el humo, el humo y el polvo, el humo, el polvo y la
lluvia. Respiraba el humo, el humo, el polvo y la ceniza, de ellos se llenan sus
pulmones, de llanto y quejidos, de llanto, quejidos y suplicas se llenan sus oídos, su cabeza daba vueltas, sus ojos miraban en todos los sentidos, pegado a los muros, mirando el
suelo y rozando con sus pies la sombra, buscaba el filo de la casa, la frescura
de la tierra y el agua que desliza por los aleros, alcanza las matas de plátano, cuando de repente cae en un agujero, en una chamba que habían cavado detrás
de la casa, cubierta con hojas, en el fondo se llena el agua, se queda quietico,
ahora oye cómo golpean ellos con sus botas mientras pasan, y sacuden la tierra,
lanzan y amontonan, juran, gritan, arrastran, borran sus huellas, pisotean,
escupen y tapan.
El silencio se comió la tarde,
entonces gritó, un grito que se ahogó entre los cuerpos que habían desaparecido
casi por completo el cielo sobre su cara, un manto sombrío que casi lo aplasta,
lo deja sin aire, sin sonido en su boca.
Aparta con sus manos, levanta los
brazos, se alza en sus piernas, respira con fuerza y vuelve a gritar, un llanto
sin lágrimas, una voz sin aliento, se agarra de las raíces, del musgo, de la
mismísima tierra y huye en medio de la oscuridad. La noche se convierte en un hoyo
sin fin y sin fondo, rueda y se levanta, corre y salta, huye sin saber que jamás
saldrá de ese agujero.
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