Mientras limpiaba las botas sintió como si de repente hubiera regresado a la casa, así de tempranito, con el olor a leña y hojas mojadas, el café recién colado y el ladrido de los perros alegres y bullosos, como niños, como él hace unos años.
Al fondo un radio repite unas órdenes y todos se alistan de forma ordenada y acelerada al mismo tiempo.
Vuelve de nuevo a pensar en su casa, su mamá debe estar pelando las gallinas para la comida de esta noche, recuerda como lo ponía a pelar pollos en una olla de agua hirviendo, se imagina a su madre hablando duro y sus hermanas revoloteando por la cocina mientras él y su hermano menor pelan pollos con agua caliente… tararea en su mente la tonada de esa canción infantil.
Caminan en orden y en estricto silencio, el paso compasado es de alguna manera una melodía en ese camino fangoso.
Revive en su mente la risa de sus hermanas y la música a todo volumen en la sala de la casa, la foto de su padre en la pared con el vestido negro, su bigote arreglado y ese ceño fruncido que todos aciertan a decir que es el mismoque hace cuando esta pensativo, pasa su mano por la frente y espanta unos mosquitos, de paso se toca entre las cejas para asegurarse que es así, que su padre aún vive en esos pequeños detalles que sobreviven en él.
Pasa por sus recuerdos la primera vez que la vio llegar en el camión del trasteo, su vestido rojo y su rodilla izquierda raspada, sus ojos negros y su piel blanca.
Cada palabra que le dijo un par de años después las recuerda con absoluta exactitud, siempre tuvo esa habilidad para recordar detalles, para mirar cosas que los demás no miran y escuchar aquellas cosas que los demás no escuchan, así era con su madre, sus hermanos y con sus amigos, era solo cuestión de escuchar el tono de su voz o mirar los gestos para entender que decían más allá de las palabras. Por eso supo lo que ella le decía la noche en que la miro a los ojos después de la fiesta del colegio y sus mejillas pálidas se tornaron de un hermoso rojo que contrastaba con el brillo de sus ojos y el rubor de esos labios que beso por primera vez y de los cuales quedó prendado para siempre.
La llovizna se trasformó en diluvio, pararon un momento para sacar las capas plásticas pero es más un pretexto para tomar aire porque están empapados; una nube de vapor sale de cada uno de los cuerpos como el humo de un cigarrillo, las manos están arrugadas de la humedad y las botas rechinan a cada paso porque están llenas de agua. Si no fuera porque esa lluvia refresca la tarde y ese calor sofocante, que terrible seria caminar en medio de tanto barro resbaloso, con toda la ropa empapada.
Come un bocadillo y de inmediato se remonta a las tardes en la casa de su abuela tomando bocadillo con leche tibia, una taza grande para él, de esas de esmalte desportillado por el uso y por las veces que se le resbalaron a la vieja cuando lava y que ella, como siempre, encuentra la forma de echarle la culpa a su tía, porque “nunca hace las cosas bien”. Leche con bocadillo o leche con manteca de cacao para cuando estaba con tos.
Recordó la tibieza de las sabanas, el peso de la cobija, la dureza de la almohada que lo hizo renegar una y mil veces y las 62 tablillas de peine mono en el techo de su cuarto. En fin, se trasladó a su cuarto a sus recuerdos, el televisor que heredo de la sala, la grabadora que aun reproduce casetes, los libros, los posters y esa ventana desde la cual puede mirar la terraza de la casa de ella. Cuantas veces no se quedó por horas esperando que salga y verla tras la cortina intentando esconderse, cuantas veces lloró después que se marcharon y esa terraza era solo la soledad hecha cemento y ladrillos vistos.
La tarde cae y encuentran un rancho en medio de la nada en el cual son recibidos con el mismo miedo que en cualquier otra parte, el fogón encendido y los ladridos de los perros. Se dividen las tareas y él se echa bajo el alero del tejado a oír llover cerrando sus ojos. Duerme profundamente un rato hasta que lo llaman a ayudar a terminar de hacer un hueco, se toma un café recién colado así de caliente y como siempre lo ha tomado, sin azúcar. Así lo tomaba su papá, porque decía que el azúcar le quitaba la esencia al café y así lo toma desde entonces, su mamá le decía que por eso era tan amargo y malgeniado.
La noche se apodero del paisaje en segundos y se distribuyeron los puntos de la guardia, mientras tanto él se sienta en un banquito tallado en el tronco de un árbol, escucha los sonidos de la noche en la montaña; en el fogón se cuecen las arvejas con trocitos de cuero de cerdo y el arroz blanco que inundan el ambiente con su olor y con el hambre los estómagos parecen dialogar.
El agua sigue cayendo y un perro mojado se acerca al fogón y se sacude ante el grito en coro de quienes cocinan.
Las 12 y media, en su casa ya repartieron los regalos y deben estar tomándose una champañita, el vecino de la tienda seguro está en la calle con botella de aguardiente en mano, brindándole a todos una copa y su mamá seguro aun no ha dejado su lugar en la dirección de la cocina porque aún falta el plato fuerte, su hermano seguro estará en el cuarto jugando videojuegos y sus hermanas con sus cuñados estarán en la sala y en la puerta de la casa, mientras el sonido del equipo de sonido inunda cada rincón.
Piensa en que no debió dejarla ir sin despedirse, ese cuento de que era mejor así no se lo creyó ni el mismo, porque era mejor llorar delante de ella que hacerlo cada vez que la recuerda, busca entre uno de los bolsillos una linterna la cual enciende y la asegura en su boca, porque quiere mirar la foto que ella le regalo, la del mosaico del grado, busco entre sus bolsillos una bolsa plástica en la cual tiene sus documentos y empezó a buscar la fotografía, la encontró y la contemplo en entre sus manos cuando un silbido cerro la noche para siempre, su cuerpo quedó en posición fetal entre la trinchera y su cara pegada a la fotografía.
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