No cerró la puerta.
No dejó un rastro de sus pasos,
ni un murmullo en el aire,
como quien no quiere despertarte.
No hubo palabras,
solo el eco de lo que no se dijo.
Se llevó las preguntas,
y dejó un silencio de alas rotas
volando en la habitación.
La luna, discreta,
la vio desvanecerse en la madrugada.
Y las estrellas, cómplices,
apagaron su brillo
para no delatarla.
Se fue de puntillas,
como un sueño que se deshace
antes de ser entendido.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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