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viernes, 22 de noviembre de 2024

EL JURAMENTO DEL GUERRERO DEL JAGUAR



El revolucionario no lucha contra la muerte, porque la muerte siempre gana. Lucha por la vida, porque la vida siempre insiste. Y en ese acto, comprende que su lucha no es por él, sino por el temblor de las hojas al viento, por el susurro que las raíces intercambian bajo tierra, por el canto de un río que nunca se detiene, por el hálito inquieto de todas las criaturas. La vida es un coro infinito, y él es solo una nota breve que sueña con perdurar.



No hay revolución sin ternura. Los puños no se alzan para herir, sino para proteger el milagro de una semilla que rompe la tierra en busca del sol. Los pasos no marchan hacia la furia, sino hacia la paciencia de un bosque que sabe esperar. El revolucionario no es dueño de la vida que defiende; es su servidor, su aprendiz. Y aprende del río, que avanza porque cede, y del jaguar, que espera porque sabe.



No basta con destruir lo que oprime. Hay que cuidar lo que respira, lo que vuela, lo que florece. Hay que saber mirar al colibrí, que en un segundo de vuelo inventa un universo. Hay que escuchar al jaguar, que en su andar sigiloso lleva la sabiduría del tiempo. La revolución no es solo una bandera; es un pacto con la selva, con el agua, con el aire, con el fuego y la tierra.



El guerrero del jaguar no busca gloria. Su fuerza no está en el ruido, sino en el silencio que protege, en el cuidado que salva. Afranio Parra Guzmán los llamó los “guerreros de la vida, defensores del latido verde, guardianes del agua y de la selva”. No llevan escudos, porque su único refugio es la dignidad. No buscan aplausos, porque su única recompensa es el canto de un río libre.



Ser un guerrero del jaguar no es una elección, es un destino. Es el reconocimiento de que la vida no nos pertenece, pero nos confía su custodia. Es la certeza de que la selva, con su caos y su orden, con su furia y su ternura, es el corazón del mundo.



No hay otra forma de ser revolucionario, porque no hay otra forma de ser humano. Y el juramento de estos guerreros es claro: no habrá descanso hasta que la vida, en todas sus formas, encuentre su lugar bajo el sol, en el abrazo infinito de cielo y tierra. Hasta que el jaguar vuelva a reinar en su bosque, y el hombre aprenda a caminar en silencio, como un huésped humilde en el banquete sagrado de la creación.



Jorge Alberto Narváez Ceballos
Óleo sobre lienzo
Darwin Córdoba


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