He caminado descalzo sobre la memoria,
en esta tierra que respira en sombras añejas,
que guarda ecos de soles enterrados
y murmullos de cielos desbordados en oro.
Cada paso, es un temblor de hojas,
un verso tejido en la brisa húmeda,
un suspiro que el viento abraza
como quien sostiene un ramo de olvidos.
Las montañas, solemnes,
cantan, no en palabras, sino en piedras,
su silencio hondo y su verdad de raíces
que descienden al corazón de la tierra,
donde el tiempo no guarda relojes,
donde el horizonte era un hogar,
y no una línea de exilio.
¿Quién soy, sino un eco en las colinas,
el hijo de un árbol que guarda secretos,
la savia que sigue los hilos de la lluvia?
Y aunque mi voz se quiebre como un río en invierno,
las raíces aún claman su canto a la luz,
las raíces siguen gritando.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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