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sábado, 23 de noviembre de 2024

NOCHE NUBLADA


 

La noche no es noche, es un muro. Un telón sin grietas, sin ventanas, sin fugas posibles. Las nubes negras, devoran las estrellas como un hambre vieja que nunca se sacia. Afuera, la ciudad bosteza en su insomnio: un perro que ladra a su sombra, los faroles de los autos que parpadean como si dudaran del camino, las hojas que arrastran su historia rota por el asfalto. Y aquí, en este cuarto que apenas respiro, tu ausencia se ha echado a dormir en mi cama. Su cuerpo ocupa el espacio que dejaste vacío, y su sombra, pesada, me cubre hasta asfixiarme. 

 

Pienso en tus brazos, en el hogar que inventaron para mí. Eran refugio y trinchera, escudo y bandera. Ahora solo queda este frío que no pide permiso y se instala en mi piel, en mi sangre, en mis huesos. Me siento como una casa abandonada, con las ventanas rotas y las puertas descolgadas. Y tu recuerdo, más que recuerdo, es un fantasma testarudo: no susurra, muerde. Se cuela en cada rincón, en cada grieta, y duele, porque no es memoria, es una ausencia viva que se niega a morir. 

 

El amor, nuestro amor, camina descalzo sobre el filo de un cuchillo. Lo escucho llamarme, pero su voz está quebrada, cansada, como si llevara días huyendo de algo que no puede ver, pero sabe que viene. Intento alcanzarlo, sostenerlo, pero se disuelve como la niebla, como la noche, como lo que siempre estuvo destinado a escapar. 

 

Y aquí me quedo, clavado en este instante que no es pasado ni futuro, atrapado en un presente que se repite como un eco sin fin. Lo único que deseo, lo único, es que esta ausencia aprenda a doler menos, que este amor, aunque herido, no deje de respirar. Que el amanecer, si llega, traiga algo más que su luz cansada. Que el sol, si se atreve, vuelva a iluminar lo que queda de nosotros.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



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