Aquella casa,
tan llena de voces,
como si el viento se escondiera en los muros
guardando sus cuentos para después.
El patio siempre verde,
donde los zapatos se quedaban pequeños,
como si el tiempo solo creciera
en el eco de las risas,
en los murmullos de las paredes viejas.
Aún siento el aroma a café
y ese olor de leña ardiendo,
como si las brasas
fueran los latidos del recuerdo
que la abuela me guardaba.
Los rincones oscuros
donde dormían las historias,
la cama grande que gemía como un árbol
y el reloj en la sala,
marcando horas lentas,
como si el tiempo en su casa
se tomara siempre un descanso.
Ese olor a tierra mojada,
la tibieza de sus manos,
tan suaves, tan inmensas.
La casa aún está allí,
en algún rincón de mis recuerdos,
y cuando la busco,
cuando cierro los ojos,
la abuela abre la puerta
y me invita a entrar,
una vez más.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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