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miércoles, 6 de noviembre de 2024

DONDE EL VIENTO SE VUELVE CANTO


 

Hay días en que el cielo se ensombrece y el horizonte se nubla, 

y cada paso parece hundirse en el barro espeso de la tierra, 

esa tierra de sombras y ecos donde el día es áspero y callado. 

La tormenta, en su mofa, juega entre las ramas, 

burlándose de mis manos que van vacías, 

de los sueños que, como piedras, 

caen, se hunden, y vuelven a levantarse en silencio.

 

El sendero se tuerce en su propio misterio, 

se cierra y se abre, como un río fatigado 

que insiste en sus curvas y en su rumbo. 

No es fácil, no, avanzar cuando cada paso 

clava una espina de distancia, un peso de amargo recuerdo, 

y cada palmo de tierra se convierte en frontera, en desafío.

 

Pero en mí arde un fuego, fuego antiguo y profundo, 

no es rabia ni furia, sino el murmullo secreto de un río, 

el susurro verde que recorre el bosque en la madrugada, 

una fuerza que alza el pecho como alza el viento las hojas. 

Sé entonces que la lucha no es solo con la tormenta, 

sino también con las sombras que la noche deja dentro, 

esas sombras que a veces me quieren inmóvil, 

que se niegan a escuchar el canto lejano del alba.

 

La lluvia cae, y yo, mojado de presagios y sueños quebrados, 

sigo andando, porque en el fondo de esta tierra hay algo mío, 

una raíz que resiste, un silencio de fe que el mundo no comprende. 

Sigo, aunque el viento se vuelva grito y el horizonte se pierda. 

Sigo con los ojos cerrados, escuchando la música escondida, 

porque sé que en cada piedra duerme la enseñanza 

de sostenerme, de no ser yo quien se pierda en la niebla.

 

Así, en medio del viento que quiere doblarme, 

de las piedras que hieren y de los caminos que me rompen, 

me aferro al pulso de esta tierra. 

Y en el fondo, donde mi alma se asienta en la espesura, 

escucho un murmullo que me llama, 

un susurro que me dice, en voz de hoja y río, 

que soy yo quien decide cuándo cesar esta danza. 

 

Mientras viva, mientras la tierra sostenga mi paso, 

seguiré bajo la tormenta, donde el viento se vuelve canto.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



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